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Cartas desde el encierro

30 de marzo de 2020
Foto: Álvaro Ybarra Zavala | Getty Images

Por: Gabriel Herencia

Hora de almuerzo ya, y es habitual verlo correr con un par de platos en sus manos, sopa y segundo, como usualmente le piden sus caseras, que son unas señoras del sector de frutas y otras de carne. Fruteras y carniceras ya lo conocen.

Es el casero del menú, un joven cusqueño de la provincia de Chumbivilcas, que ha llegado a Arequipa hace ya casi una década, en busca de mejor vida, un mejor futuro.

Él siempre quiso ser mecánico, de niño desarmaba sus carritos de juguete, unos autitos y camionetas de plástico que tenían un alambre que los cruzaba de lado a lado con un par de ruedas. Sueño truncado por la falta de dinero y tiempo. Viajar desde Cono Norte hasta el Parque Industrial, donde estudiaba Mecánica de Producción, para al salir, ir a su trabajo, una pollería en la calle Santo Domingo. Fue un calvario que a sus 18 años pudieron más que sus fuerzas y sus sueños. La realidad es distinta para todos.

Hoy los tiempos son diferentes, casado con dos hijos, su esposa también es cusqueña, de aquellos tiempos más que aprender a armar y desarmar vehículos, aprendió a cocinar y muy bien. Ahora ese arte es su mejor arma para enfrentarse a estos días duros que siempre le miran de reojo.

O bueno, eso fue hasta hace no más de un mes, que los días cambiaron de imprevisto de la noche a la mañana.

Preocupado observa como ya no puede ir a abrir su restaurante alquilado, porque por las normas decretadas, está prohibida la venta de comida. Su esposa le mira, como pidiéndole una respuesta a esto que sucede, que pone en incertidumbre su situación. Su menor hijo viene corriendo, tiene un carrito en manos, ve que no tiene llantas, están en la otra mano del bebé, bosteza y mira sonriente a su padre. Tiene hambre, piensa el cocinero.

Sonríe también, le devuelve el gesto a su hijo, lo carga en brazos y se dirije a su puesto de trabajo y vida, está callado, entra y empieza a hacer lo que él sabe mejor: cocinar. Su esposa también está en silencio, prepara los alimentos, prende las hornillas, alista las ollas, el restaurante sigue cerrado, empieza a cantar, simula un día normal, prende la radio, sigue cantando.

Durante algunos días siguieron trabajando, sin abrir el restaurante pero repartiendo comida clandestinamente a los mercaderes que si tienen permitido vender. Un día, sale con dos platos que le pidieron y una oficial lo espera a la salida de su establecimiento, le increpa, él dice que es para su madre, camina, ella lo sigue, encuentra a su casera, madrecita le dice, aquí está tu comidita, la señora sigue el teatro improvisado y le responde con un gracias hijito. La oficial se muestra adusta, lo sigue hasta su puesto y le dice que no más, que si lo ve repartiendo comida, le multará y lo llevarán preso.

Ese día el almuerzo en familia no tuvo sabor, ¿qué es esto pues, del coronavirus?, se pregunta. Alistan todas sus cosas para ir de regreso a casa antes del toque de queda, está pensando en qué hacer para poder subsistir. Salen del restaurante y un jovencito con guantes, mascarilla y una carreta les mira, les ofrece sus servicios de llevar sus cosas hasta el paradero por dos soles. Le parece justo, más que cansado, se siente agobiado y acepta.

Ya en el paradero, le paga tres soles.

El joven empieza a irse y hasta que pueda aparecer un transporte que los lleve a él y su familia a casa, cuenta 3 viajes que realiza el muchacho, saca sus cuentas: 6 soles en menos de media hora. No lo ve mal. Sonríe.

Al día siguiente aparece en el mercado con una mascarilla, guantes y una carreta que le prestó su casero de los tragos, además de una pequeña mochila donde tiene agua hervida embotellada, dos naranjas, una manzana y un plátano.

Es ya la una de la tarde y se sienta en unas gradas a almorzar su merienda. Cuenta su dinero, tiene ya más de 60 soles. Una de sus caseras que ya se retira lo ve, intercambian un par de palabras, ella le pregunta por los menús que ya no reparte, él cuenta la prohibición que le han hecho.

— Pero no me voy a rendir caserita, de una u otra manera, tenemos que salir adelante, ¿no?

Dice. Se despiden.

Al día siguiente no vino y ya van 4 días que no viene. Ojalá esté bien, él, su esposa y sus dos hijos. Ojalá estén bien todos.

Ojalá.

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