#MisionCultura

Cuento: Recursos humanos

20 de abril de 2020
Foto: Gabriela Solorio

Por: Gabriela Solorio

Esta mañana terminaron de soldar la última reja de la última ventana de la oficina de Recursos Humanos, en la Defensoría del Pueblo. Nos trasladamos a este moderno edificio el día lunes. A regañadientes, hemos ido trayendo una cantidad exorbitante de papeles, correspondiente a los últimos tres años de trabajo, en cajas que encontramos desperdigadas en el basurero del centro comercial que está aquí, en frente. El resto, decidimos quemarlo. A muchos no nos gusta el cambio, es una verdadera molestia toda esta cuestión de la mudanza, el empaquetado y ni qué decir de la cargadera de muebles, pero es el precio que debemos pagar por subirnos al tren del progreso.

Ayer fue la inauguración del local. Hicieron una amena reunión con espumante y bocaditos en el quinto piso. “Esto es señal de que el país avanza”, balbuceó Juan Rosas, jefe de logística, entusiasmado, mientras algunos trozos de pollo salían volando hacia el piso. Prosiguió: “Queridos amigos, ahora podemos decir que hemos entrado en la modernidad”, y con la mano derecha arrastró las migas de las empanadas de pollo (que amablemente nos donó Ana María Cuentas) que habían quedado desperdigadas sobre la mesa, hacia la otra mano que esperaba (impaciente) palma arriba. Miró hacia los costados para percatarse de que nadie lo notaba y se las metió de un puñado en la boca. Dio un sorbo de espumante y aún masticando agregó: “Sino fíjense en lo que representa nuestro moderno edificio recubierto por sillar. Es una construcción inteligente, con computadoras por dentro y sillar por fuera. Una combinación antes impensable. Esto es lo que llaman desarrollo sostenible, ingresar en el mundo de la tecnología sin romper el paisaje…” y concluyó: “Señores, ahora pasaremos a hacer un recorrido por el edificio para que vayan familiarizándose”.

Tan resignado fue el aire que prontamente lo invadió, que ni siquiera hizo el intento de terminar lo que estaba diciendo. Simplemente calló. Y sin más palabras todos salimos detrás del presidente de la obra, en fila india.

El local fue construido en la calle La Paz donde antes hubo una mugrienta casona que estuvo deshabitada por años. Consta de cinco pisos y un sótano comunicados por una escalera central. En el quinto se encuentra la oficina del Defensor del Pueblo, con balcón y vista a la calle. En el tercero, está la cafetería de la señora Vicky. (Y pensar que la señora Vicky comenzó algunos años vendiendo chocolates en la esquina). Al costado, baños con secadora de manos automática y dispensador de jabón.

A nosotras, las de Recursos Humanos, nos destinaron el medio sótano. Pensamos que sólo bastaría arreglar algunos detalles, pero cuando llegamos, nos habían dejado cinco escritorios y cuatro planchas de triplay apoyadas en la pared del fondo. Felizmente, con la ayuda del maestro Luchito, hemos utilizado el triplay para separar los escritorios a manera de módulos y ha quedado fantástico. El maestro Luchito ha colocado estratégicamente cada escritorio frente a la única ventana, de modo que sentadas, una al costado de la otra, podemos observar (como en el cine) todo lo que acontece allá afuera, en la calle. Claro que, a lo mucho, llegamos a ver las rodillas de los transeúntes y hace unos momentos, un perro que se paró en la esquina a dejar sus miserias; pero los zapatos, se han convertido en el último tema de conversación entre las chicas. Bueno, los zapatos y la nueva practicante.

¿Le vamos a decir?

No lo creo. En vano nos metemos en la vida ajena.

Yo tengo una hija de veinte años…

Por supuesto ¡La Camilita!

… y no me gustaría que le pase lo mismo.

Pero tu hija no es una cualquiera.

Es verdad, la Camila nunca se metería con su jefe, y menos con Juan Rosas. Así son las chicas de hoy, creen que por acostarse con su jefe tendrán el empleo asegurado.

¿Le decimos?

Mejor no, esto nos puede costar el puesto.

Cuando ingresó Juan Rosas a trabajar en la defensoría del pueblo, aún no había pasado la treintena. Era un muchachito delgado, pero de cuerpo bien cortado y ojos almendrados. Lo que es hoy, porque nadie niega que tiene su pinta, es nada en comparación de sus buenos tiempos. En ese momento Fernanda Lazarte era la jefa de logística (que en paz descanse. Es muy triste decirlo, pero mejor que las cosas sucedieron de esa manera). Fernanda Lazarte vio a Juan Rosas y quedó completamente prendada de él (y eso que era casada).

Fue la comidilla de todos el que Fernanda Lazarte dejó plantado al muchachito gris de terno y bigotes (uno de los amantes) que venía a recogerla a su oficina los fines de semana, por enredarse con Juan Rosas. La doña aprovechaba los fines de semana para llevar al amante de turno a su casa, cuando su marido, Adolfo San Román (deberían santificarlo) salía de viaje por negocios. Dicen que ese Adolfo tenía dinero hasta para botar. Su primogénita, Sandra, fue la beneficiada, y ahora es la dueña de esa papelería famosa que está en Umacollo. Creo que ella es la que vende el papel al diario El Comercio.

La cuestión es que Fernanda Lazarte se metió con Juan Rosas. Tuvieron un idilio que pareció salido de una telenovela. Ambos se dejaban mensajes en sus oficinas, diariamente. La señora Lazarte era muy delicada para escogerle regalos: unos gemelos Gucci, un perfume Armani. Pero, así como se querían, así se maltrataban. Dice el maestro Luchito que una vez los vio agarrándose de los cabellos. “El señor, Juan Rosas tenía a Fernanda Lazarte sujeta del cabello, pero cuando ella se dio la vuelta, le envió tremendo patadón en sus tiernos cascarones, que lo dejó sentado y jadeando al pobre”. Lo curioso es que aquel día, los vimos salir abrazados como si nada hubiese pasado. Todos sabemos que probablemente Juan Rosas se había enterado que Fernanda Lazarte estaba en coqueteos con el portero, y por eso había reaccionado con tanta violencia. Desde el primer día que los vimos robarse un beso tras la puerta de la fotocopiadora, supimos que esto no iba a durar. Nada le dura a la doña. Ni los amantes. Sin embargo, no llegamos a predecir que lo que no le duraría a Fernanda Lazarte, sería la vida.

Cada mañana vimos consumirse el cuerpo de Fernanda Lazarte, poco a poco, como si ese bicho (que se les mete por pecadores), fuese una sanguijuela que, en vez de absorber sangre, se chupara la vida. Su piel perdió la lozanía de la juventud que ni sus caras cremas faciales fueron capaces de preservar, se avejentó y su rostro se llenó de profundas arrugas en el entrecejo, en sus comisuras labiales. También sus carnes cedieron a la gravedad y, forma de los huesos. Los últimos días (antes de que la internen) la vimos venir con una pantaloneta negra que le quedaba suelta en la zona de los muslos y su hermoso cabello (¿era teñido?) de rizos dorados, se redujo a una masa pajosa.

El motivo de su muerte es casi un secreto de estado. Toda la familia ha ocultado bajo siete llaves las pruebas del laboratorio que le dieron positivo. Y por el mismo camino va Juan Rosas. Cada vez más flaquito, más gris. Que no les sorprenda que no llegue a festejar las fiestas con nosotras.

¿Y qué hacemos con la practicante?

Le decimos que Juan Rosas tiene…

Ni lo menciones

Se lo merecerá, por pendeja.

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