Arequipa

Diana Gonzales, la creyente

16 de octubre de 2016
Diana Gonzales, la creyente
Por Rossmery Puente de la Vega
 
Cuando en Seúl 88 Perú jugó para coronarse campeón olímpico de vóley, el país madrugó para ver la final entre la selección peruana y la desaparecida Unión Soviética, Diana Carolina Gonzales Delgado aún no había nacido.
 
El oro resbaló de las manos peruanas. Pero la selección dejó una huella imborrable en el tiempo. El país ganó la medalla de plata y el estadio Nacional de Lima se llenó para celebrar un resultado histórico para el deporte nacional.
 
La arequipeña que fue armadora de la selección peruana, de la primera promoción bautizada como “las matadorcitas”, nació cuatro años después de aquel triunfo. Su madre embarazada retornó a Arequipa por unas semanas de Tacna, donde radicaba junto a su esposo por trabajo, solo para que su primer llanto sea en la Ciudad Blanca, en Sachaca.
 
Cuando cumplió seis años de edad volvió a vivir a Arequipa, a una casa en el distrito de Socabaya donde las pelotas rodaban en el patio. Sus recuerdos de cuando era pequeña, no son en salas de cine, sino en canchas y parques donde pasó el mayor tiempo de su infancia. 
 
Hacía volar cometas acompañada de su papá en un desaparecido parque conocido como el “Bosque”. Jugaba en una pequeña cancha de cemento, sin techo. Sin soñarlo practicaba para el futuro.
 
LA FEDERACIÓN
El mes pasado Diana ganó la elección para ser la presidenta de la Federación Peruana de Vóley por cuatro años. Obtuvo 32 votos a favor y solo 2 en blanco. La campaña la ha agotado, recién durmió en su visita a su ciudad natal. Su edad, 24 años, es la principal causa de encendidas críticas a su elección. 
 
Ella prefiere no escuchar a los de la “oposición”, lo dice serena, pero frunciendo el ceño, desde las gradas del coliseo Francisco Bolognesi en Cayma, en medio de la algarabía en la cancha donde disputan un partido en la net, en el campeonato nacional de voleibol femenino categoría menores.
 
El camino que recorrió antes de llegar a la Federación tiene más anécdotas, episodios, viajes y estudio. Alumna aplicada. Su nombre se escuchó a nivel nacional cuando integró la primera promoción de las matadorcitas dirigidas por Natalia Málaga. En esa época la camiseta roja con franjas blancas no tenía auspiciadores como ahora, grafica Diana el desinterés que existía por el juego de la net alta.
 
Diana comenzó en el vóley de pequeña, como un pasatiempo. Provenía de una familia deportista. Su papá fue arquero en el Piérola, y su mamá jugaba vóley, básquet y fútbol, ambos se apartaron de las canchas por dolencias en la columna. Su abuelita de básquet, un tío entrenador de vóley. Estaba en un club distrital, jugaba en el colegio. “Pero no pensaba en ser voleibolista, nunca soñaba con la selección”, confiesa.
 
A los doce años de edad soñaba con ser doctora, en la especialidad de ginecología. Influyeron programas de televisión que vio, así como la muerte de un primo antes de nacer. Además era muy apegada a su familia.
 
Cuando a los 15 años de edad dejó Arequipa para vivir en Lima donde debía seguir entrenando vóley, fue una decisión difícil, dudó. Lloró por mucho tiempo, pero encontró consuelo en las palabras de su mamá. Antes de partir a Lima la animó a seguir para no arrepentirse de no haberlo intentado.
 
Hubo un tiempo que pensó en volver dejándolo todo. Sufrió de bullying, palabra utilizada para referirse a la violencia física o verbal que sufren los menores en las escuelas. Lo confiesa en voz baja, con la mirada distraída, como quien hurga entre los recuerdos. “Yo creo que me hacían bullying por ser arequipeña. Decían que era orgullosa, rebelde, pero yo era perfil bajo, provenía de gente adulta”, comenta. No fueron sus compañeras de juego, ni los entrenadores. “Llegué a pensar que si alguna vez tenía un hijo, no debía nacer en Arequipa”, dice evitando dar más detalles.
 
No quería retornar fracasada. Ahora no se arrepiente de nada, es orgullosa de ser arequipeña. “El vóley me ha dado todo”, enfatizó. Jugó en la selección peruana que logró ganar la medalla de bronce en Singapur, así como el sexto puesto en el Mundial de Tailandia 2009. 
 
Junto a ella jugaron Raffaella Camet, Vivian Baella, entre las más conocidas. Eran un grupo muy unido, pero además de carecer de auspiciadores, no había giras a Europa, como parte de la preparación. La persigue el partido perdido entre Perú-Turquía. “Mis amigas del voleibol me decían turca”, señala.
 
A su salida de la selección peruana corrió un rumor, que se debió a discrepancias con Natalia Málaga, otra mujer de raíces arequipeñas, lengua picante. Diana comenta que respetaba su estilo. Le chocó el ingreso de Natalia porque nunca escuchó lisuras de su  anterior entrenador. Pasó de armadora titular a suplente, ingresar para los últimos puntos de un partido donde los nervios afloran.
 
A los 18 años viajó entre llantos a Estados Unidos para estudiar becada por el vóley en la Universidad FAMU. A los 21 años terminó su carrera de Administración de Negocios Internacionales, en un año y medio realizó un máster. La ausencia de Diana en Perú afectó a su familia. Ella retornaba de visita cada año, y su papá le pedía que escribiera con plumón negro indeleble, en la pared de su cocina, la fecha de su salida y próximo retorno a Arequipa. Él le respondió alguna vez a un amigo que quería que su hija también sea voleibolista. “No le compres zapatillas, porque se van y no vuelven más”. Tuvo la oportunidad de quedarse en el exterior, pero prefirió volver.
 
Diana es una mujer creyente. Estudió en Nuestra Señora de La Merced y los últimos años en Mendel, pero su mamá influyó en su fe. Tiene una estampita del Divino Niño en su billetera, de su cuello cuelga un collar con un dije de la Virgen de Guadalupe regalado. Los domingos va a misa, reza el Ángelus, sin que nadie lo perciba. Tiene un ángel protector, Mateo, al que siempre se encomienda. El nombre elegido para el hijo de su tío que falleció al morir por lo que considera fue una negligencia médica. En los partidos siempre se santiguaba.
 
Diana mide 1.75 metros, pero rogaba a Dios crecer diez centímetros más para seguir, pedido que no fue atendido. “Ahora entiendo que Diosito no quería que juegue vóley, era otra mi misión”, relata. “Los tiempos de Dios son perfectos”, es la frase que marca su vida ahora, se la dijo su hermano de 22 años de edad, que es como su cuidador espiritual y de salidas. Cuando jugaba en la selección quería salir a divertirse, pero él le decía que tenía que cuidar su imagen.
 
Diana prefiere las zapatillas a los tacos, pero está aprendiendo a utilizarlos, al igual que los sacos de vestir y las blusas, para su nueva faceta. Aún no se acostumbra al destello de la cámara al momento que le toman la foto, sonríe, parpadea. Mientras conversa le gusta agarrar su cabello negro largo. Come chocolate todos los días, no le gusta hacer dieta, va al gimnasio.
 
METAS DE LA PRESIDENTA
Diana tiene aspiraciones en todas las canchas. Durante el tiempo que estuvo en el extranjero, optó por cobrar el cheque que les daban a las jugadoras en lugar de comida y hospedaje. Con menos inversión, junto a otras cinco chicas compartió gastos.  Ahora piensa en  comprar un departamento en Lima, con ahorros y préstamos, para vivir con sus padres.
 
No tiene enamorado, pero piensa en casarse y tener hijos. Si no ocurre, están sus tres ahijados, a los que quiere. Quiere estudiar para obtener un doctorado en administración, es su meta más próxima.
Antes de decidir por postular a la Federación de Vóley, pensó en el Congreso. Es una posibilidad que no ha descartado. Como tampoco rechaza competir por la Presidencia de la República. Cuando era niña, su tío Richard le decía que ella tenía que ser la próxima mandataria. Prefiere esperar y agotar etapas. Lo que tiene claro ahora es que debe prepararse, dirigir las riendas de un país o  sentarse en una curul no es un juego. Ahora tiene fe en el presidente Pedro Pablo Kuczynski, voto por él en segunda vuelta. Agrega que le preocupa la situación nacional de los hospitales.
 
Asumirá el cargo de presidenta el siguiente año, pero ya está buscando talentos desde las bases, en zonas donde hay pocas oportunidades. Dice que ya hay avances. Su meta deportiva es lograr que la selección clasifique a Tokio 2020, donde nuevamente todo un país madrugue expectante de un triunfo de la selección de vóley.
 
Compartir


Leer comentarios