Perú

El foro de Diógenes: La Semana Santa colonial

16 de abril de 2025
SEMANA SANTA EN AZÁNGARO.

Por: Dr. Fortunato Turpo Choquehuanca.

EL AUTOR.

El Miércoles Santo por la tarde, empezaban a llegar los estandartes y seguido a estos, un cordón interminable de campesinos venía por los siete caminos que convergen al pueblo de Azángaro. Eran los fieles que llegaban para participar en los oficios de la Semana Santa y acompañar la suntuosa procesión del Viernes Santo.

El Jueves Santo, a las cinco de la mañana, los campesinos de ambos sexos, en correcta formación entraban por la puerta falsa al Templo de Oro saliendo por la sacristía. Ese día, las autoridades estaban de riguroso vestido oficial de la época. Los caballeros de luto estricto. Las señoras con traje negro de larga cola y chaqueta apresillada con su corpiño interior para dar formas al busto, tapadas con mantas negras de seda llamadas mantas de vapor.

La misa de Jueves Santo llenaba en su totalidad el templo, que los fieles ocupaban hasta la plaza. En media misa, el sonido de una pequeña matraca daba aviso de que Dios Cristo comenzaba su pasión. Se alzaba un gemido unánime que paulatinamente se apagaba en el silencio, era la oración de los fieles que pedían misericordia. El cura, en imponente ceremonia, entregaba la llave del Santo Tabernáculo a la primera autoridad colocándosela al cuello pendiente de una cinta, para que el funcionario guarde la Sagrada Llave y lo tenga preso a Dios vivo haciendo las veces de Poncio Pilatos y de Caifás. En ese entonces, existían en la iglesia las imágenes de los doce apóstoles en porte natural, con resorte para que puedan sentarse y pararse. Todo el día del Jueves Santo el templo es visitado para adorar a Jesús en su prisión y las campanas acompañan el duelo de la iglesia con su enmudecimiento.

La vetusta anda del Santo Sepulcro Colonial es una joya arquitectónica de un valor inestimable del tiempo de la colonia. Su material, es cedro repujado con hermosos tallados de arte barroco y dorado con oro de catorce quilates, es de la misma manufactura de los retablos del Templo de Oro. El interior del Lecho Santo estaba tapizado con fina tela de púrpura de legítima manufactura persa, orlado con franjas de oro y los almohadones de la misma calidad. En los cuatro ángulos exteriores del techo, remataba en cada esquina un pompón morado y al centro de la techumbre un enorme cáliz de oro tapado con una artística patena del mismo metal, en el que se dice llenaban bálsamos aromáticos para perfumar la procesión de Viernes Santo. Cualquier descripción de esta hermosa anda colonial del Santo Sepulcro de Azángaro es pálida ante la realidad. 

A las doce del día, un monaguillo de túnica negra iba de calle en calle haciendo sonar una pequeña matraca, llamando a los fieles para que asistan al sermón de las tres horas. En el fondo del templo se levantaba el sombrío calvario con tres crucificados, Cristo al centro y a sus costados Dimas y Gestas. El Cristo yacente era recostado en el lecho de púrpura del catafalco colonial. Las señoras alcanzaban misturas de flores naturales, los caballeros llenaban el cáliz del Santo Sepulcro con embriagantes perfumes. Los devotos hacían tocar estampas, rosarios, cruces y otras reliquias al cuerpo del difunto Dios.

En la procesión de Viernes Santo, a las nueve de la noche, llamaba la matraca matriz de la torre y las plazas se llenaban. A las diez de la noche se abría de par en par la puerta principal del templo. La majestuosa anda se encontraba adornada con cantutas rojas, ochenta personas levantaban el anda y la sacaban del templo. Presidía la procesión una enorme cruz alta de plata con sudario morado, portado por el Sacristán Mayor. Los caballeros en correcta formación acompañando el Santo Sepulcro y ordenando a cien cargadores. El Cristo yacente es tan perfecto que, hay la tradición, que el escultor la modeló en la verdadera fase de Cristo en una aparición que se hizo en Azángaro. Cerraba la procesión la masa de mujeres indígenas, esposas de los mandones. Todos los acompañantes llevaban una cera prendida color verde y las señoras portaban farolitos de plata con vidrios de color. La Semana Santa se celebraba con todo esplendor y suntuosidad en tiempos coloniales y tan igual como en las grandes ciudades.

*El presente artículo es un pequeño resumen de la obra del escritor J. Alberto Rosello Paredes.

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