Arequipa

El restaurador del alma de los monumentos

16 de agosto de 2016
El restaurador del alma de los monumentos
Por: Lino Mamani A.
La carrera del arquitecto William Alexander Palomino Bellido estuvo a punto de derrumbarse con el terremoto del 23 de junio del 2001. El evento sísmico que dañó los principales recintos de Arequipa, que puso de rodillas a los más valientes, que dejó tensos a los ciudadanos, fue un alivio para el restaurador.
 
Aquel sábado por la tarde, Palomino Bellido estaba junto a un círculo católico dentro de la Iglesia de la Compañía de Jesús, aquella que se encuentra entre los portales de la Municipalidad y de Flores. Cuando empezó a mecerse el suelo, el arquitecto no pensó en salvarse y fugar a la calle a buen recaudo. Lo que hizo fue pararse en los pilares del recinto religioso para sostenerlos como si tuviese una fuerza descomunal como Sansón, ese personaje mitológico que con sus manos destruyó un templo.
 
-Rezaba para que no se cayera la iglesia –contó más calmado 15 años después, pero en aquel instante estaba en juego su reputación con cada interminable segundo del remesón.
 
Un año antes había ganado el proyecto que presentó para intervenir este templo con un método diferente al convencional. Con algunos compañeros, entre ellos el ingeniero Dimas Gonzales, propuso restaurar la construcción colonial colocándole una mezcla de mortero de alta resistencia para pegar piedra con piedra como se estaba aplicando en Europa y que se diferenciaba de la alternativa convencional de instalar columnas y vigas de concreto armado. El plan fue aprobado quizás por lo novedoso o tal vez porque resultaba cinco veces más barato que los otros dos postulados. Incluso si plantearon gastar 50 mil dólares, al final no llegó a superar los 25 mil dólares.
 
En cambio, hasta los mismos autores del proyecto empezaron a desertar porque pensaban que no iba a funcionar. Palomino se puso al frente de la obra, recibía y enfrentaba las críticas que bombardeaban algunos locutores de radio y comentarios que los dirigentes de construcción civil proferían tildando la obra como un “engaña muchachos”. Por eso el día del terremoto el miedo de Palomino fue que el desmoronamiento de su prestigio como profesional a sus 30 años.
 
Ocurrido el movimiento telúrico, el arquitecto salió del templo y fue testigo de la polvareda que dejó la caída de la torre de la Catedral, la afectación en los templos de San Agustín, San Francisco, el desplome de parte de la iglesia de Santa Marta y daños en los demás recintos, pero el templo de la Compañía fue el único que no sufrió daños. William Palomino sintió calma, respiró hondo y así, sin saberlo, se estaba convirtiendo en el restaurador del alma de los templos y casonas del Centro Histórico más importante.
 
***
En la última cuadra del tradicional barrio de la calle Chullo se contaban una serie de leyendas fantasiosas que encantaban al arquitecto cuando era niño. Su tío Juan de Dios Mendoza le narraba sobre la piedra ruidosa de la acequia, del conejo de medianoche o del caballo blanco sin jinete que se aparecía por donde ahora es Piedra Santa y que el varón aseguraba haber visto y que del miedo se le salió un zapato. En 1993, cuatro años luego de la muerte de Mendoza, en dicho lugar se encontró una tumba inca cuyos fragmentos todavía están en el Ministerio de Cultura. Estas historias forjaron en el pequeño la curiosidad por descubrirlos.
 
Pero fue en el salón de clases donde algo lo dejó impactado. Tenía 16 años y estaba a punto de egresar del colegio, cuando un profesor habló sobre “la restauración de almas”, frase de San Francisco de Asís, quien se dedicó a rehabilitar iglesias, labor que luego el arequipeño emuló.
 
El rescatista del alma de los templos y casonas de Arequipa tiene 45 años, 20 ellos dedicados a la restauración de monumentos. Su primer trabajo fue coordinar la recuperación de las iglesias del valle del Colca cuando existía el Instituto Nacional de Cultura (hoy Dirección Regional de Cultura). 
 
Restaurar el alma es restaurar el espacio físico. El experto intervino 200 obras en total, 20 de las cuales fueron completas. Formó parte del equipo que le devolvió la vida al tambo La Cabezona, a las calles tradicionales de Yanahuara, a monumentos históricos que luego se volvieron hoteles, restaurantes o museos.
 
-Cuando uno recupera un espacio, ya sea antiguo o moderno, lo que hace es recomponer lo que al ser humano le hace falta, que es ese sentido pleno de la felicidad, del confort, de autoestima y se siente muy bien. Porque en los espacios degradados o destruidos empieza a perder cierto sentido sobre el valor de sí mismo y estos son propicios para generar alteraciones en la sociedad.
 
La labor es agotante. Para recomponer un lugar se requiere de investigación, conocer su historia y a través de la misma armar un rompecabezas de texturas, de formas, armonías y también de perfección sobre los mismos cimientos. 
 
Un monumento es memoria. Los romanos solían hacer edificaciones que recordarán eventos importantes, como el Arco de Tito, por donde pasaban los grandes césares y gobernantes después de los triunfos. Eso perpetuaba el pasado de la historia.
 
Las obras de arquitectura están vinculadas a la palabra patrimonio, dice Palomino Bellido. El patrimonio contiene afecto, parte espiritual que hace que uno recuerde algo con mucho cariño. Esto puede ser heredado de antepasados como las casonas antiguas de la ciudad o creaciones modernas como Brasilia, hecho por Oscar Niemeyer.
Para que el patrimonio funcione requiere su capitalización, como ocurre con Machu Picchu. En Arequipa se cuenta con importantes sitios arqueológicos como Pillu (Socabaya), Kakallinca (Hunter), Corralones (Uchumayo), que se están perdiendo de a pocos por falta de inversión, a pesar de su importancia para nuestra memoria. Pero antes de que las casonas de sillar coloniales y barrocas, los expertos están para evitar que pasen al olvido.
 
No se puede hablar de monumentos de la Ciudad Blanca sin mencionar al arquitecto Palomino. Su incansable aporte está sellado entre los muros de las edificaciones que ayudó a revivir y que hoy son parte de nuestra memoria, aun cuando un terremoto pueda convertirlos en escombros.
 
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