Arequipa

El Teatro Experimental de la Unsa cumple 65 años de creación

7 de julio de 2019

 

Por: Roy Cobarrubia V.

Son las siete de la noche del jueves 4 de mayo, Mínovi Sofía Zeballos se cambia de zapatos, sus pies son pequeños y delgados como su propio cuerpo. El Teatro Experimental de la Universidad Nacional de San Agustín (TE Unsa) presenta la obra teatral, escrita por Federico García Lorca, “Yerma”. Sofía es el personaje principal, y en la noche de estreno dejará sus hombros bronceados desnudos que serán abrazados por la luz azul del ambiente del lugar.

Con 23 años de edad, en el último año de Derecho, y entregada al teatro entendió a lo largo de seis años que vivir, como suele decir, es “efímero” y hay que hacerlo todo con aprecio. Para la joven, que pronto dejará el TE Unsa, el teatro le ayudó a convertir sus miedos en oportunidades, a utilizar su cuerpo para despertar emociones, para desbordar pasión en una expresión o en una palabra.

La madre de Sofía, Arasceli Marroquín, una mujer simpática, agradable y extrovertida dice que eso de que su hija tenga un apego, casi amatorio, al teatro es su culpa. Ella también hizo teatro desde niña, y en el colegio participó en una serie de obras teatrales, y entre esas variopintas escenas recuerda haber sido la señora Samsa, esa mujer de la obra de la “Metamorfosis” de Franz Kafka. La dama lo dice como si recitará un poema, en una interpretación improvisada de cuerpo en uno de los pasillos del Teatro Ateneo.

Sofía ha estado por 40 minutos con los cabellos sueltos, ha gritado, ha sollozado y ha otorgado un eterno beso a su coprotagonista. Ahora, con un vestido blanco pegado a su cuerpo se sienta sobre una de las sillas del teatro.

“El teatro es un cóctel de emociones; una función nunca será igual a otra, los actores nunca serán los mismos, en serio, yo lo sé. Y eso lo aprendí del maestro Luis Álvarez Oquendo, él fue director del TE Unsa durante 40 años, me enseñó mucho y le recuerdo con mucho aprecio”, dice mientras juguetea con sus zapatos, son ya las nueve y media de la noche, el teatro que estaba hasta hace quince minutos en lleno total va quedándose vacío.

El TE Unsa fue creado en 1954, han pasado 65 años, se ha perdido registro de su acta de fundación pero el actual director de este grupo teatral, Julio Valdivia Durand cuenta que Álvarez Oquendo recordaba el nacimiento del TE Unas como una entidad a la que nombraba como si fuera un hijo, el 11 de diciembre. El día quedó registrado en la memoria de sus integrantes como un día de festejo.

El TE Unsa cuenta con 66 actores, todos de pre grado, de diferentes escuelas y facultades que buscan en el teatro amor, amistad, profesionalismo, y sobre todo vencerse ellos mismos. Los estudiantes ingresan a este grupo por afición, para someter a sus temores o para mejorar comunicacionalmente.

Algunos como Sofía, ingresan por instinto, otros porque quieren mejorar su dicción, su problema de relación social, su capacidad para comunicar, que según Valdivia lo logran hacer. Chicos tímidos, incapaces de decir una palabra frente a una aula repleta de personas son capaces de otorgar una exposición académica respetable, otros sin querer o queriendo se convierten en líderes universitarios. Entre esos caudillos se encuentra Sharon Barreda Martínez, una estudiante de la Escuela Profesional de Ciencias de la Comunicación, que habla, cuenta y se expresa claramente, sin dudas y sin tropiezos verbales.

Sharon recibió la maldición del teatro cuando era niña, y esa bendición sacrílega fue otorgada por su mismo padre, Javier Barreda quien en el nombre de las tablas, de los tachos y de los libretos la bautizó como “Sharon”. El nombre lo sacó de aquella estadounidense que paralizó a medio mundo con sus piernas y esa mirada penetrante al momento de actuar “Sharon Stone”.

La Sharon estudiante de la UNSA se encuentra en el penúltimo año de su carrera profesional, Relaciones Públicas, y dentro y fuera del teatro es una mujer clara, sincera, fuerte una mujer de decir las cosas como son, sin más ni menos.

“Al teatro le agradezco todo, porque te vuelve capaz, sincera. Ese espacio que considero mío es un lugar en donde me encuentro mucho mejor que en cualquier otro sitio, mí lugar. Allí descubres confianza, eso de la vida, efímera, sencilla, inolvidable”, dice mientras caminamos por la calle Alvarez Thomas, son las diez y media de la noche, la ciudad está fría pero Sharon la hace confortable mediante el diálogo.

Tener un padre policía llevó a Sharon a alejarse de la Ciudad Blanca y viajar de un lugar a otro, conocer amigos y vivir un poco más de la cuenta. En ese trajín llegó a Lima en donde empezó, como se podría denominar a eso de interpretar a personajes ficticios haciendo suyos su problemas y sueños, una carrera profesional. Sharon perteneció al elenco teatral del colegio Juan Guerrero Quimper, en Villa María del Triunfo. La experiencia fue grata pues participó en el Festival Escolar de Teatro «Túpac Amaru».

Siguiendo esa carrera precoz de artista regresó a Arequipa, su padre fue destacado a la ciudad. Ingresó a la Unsa y un día mientras pasaba por la Facultad de Economía, observó un afiche, un llamado, un aviso como ese de personas desaparecidas. “Se busca nuevos talentos. El Teatro Experimental de la UNSA busca actores”, leyó en ese papel, y se dijo a ella misma “me buscan, el teatro me busca”. De ese momento han pasado más de cuatro años.

Tras del escenario y en el silencio de la popularidad vive Julio Valdivia Durand, observa, siente vive, cuenta y repite cada una de las líneas de sus actores en susurro. El director del TE Unsa siente realizado su trabajo de meses, días y horas reflejado en cada movimiento, palabra o entonación de sus actores.

“El maestro Álvarez Oquendo cuando se retiró, y me dejó la batuta, me dijo “cuándo quieras hacer algo, lo que sea, ve y ejecútalo, hazlo sin dudar”. Lo recuerdo siempre y eso le digo a mis estudiantes que en el momento de actuar solo actúen”, dice sentado en un bar de la calle San Francisco, son ya las once de la noche.

Valdivia nació en el hospital del “exempleado”, para los no ilustrados en las frases de los arequipeños, en el nosocomio Carlos Alberto Seguín Escobedo. Él nació a los siete meses de gestación, Julio al parecer siendo bebé olvidó que los niños nacen a los 270 días y no menos, así que en un afán de distracción nació antes. Hoy en su actuar diario se le ha quedado eso de recordar lo que a él le da la gana. Aprende libretos extensos, sabe las horas y el momento exacto de cambiar palabra o poner en marcha un fondo musical o una luz espectrante o romántica, pero maldita sea, aun teniendo una agenda olvida todo aquello que no sea teatro.

Valdivia quería ingresar a “La Academia Diplomática del Perú Javier Pérez de Cuéllar”, el por qué, simplemente dice no saberlo. Estudió Ciencias de la Comunicación en la Unsa y terminó como director del TE Unsa, ¿una cosa podría llevar a otra?, quizás solo la comunicación o el arte de hablar, y de interpretar adecuadamente y llevar a cabo ese sencillo acto del emisor, receptor por lo demás conocimientos lejanos que aprendió en la Escuela Nacional Superior de Arte Dramático (Ensad). Julio llegó al TE Unsa como todos los jóvenes actores que conforman este grupo, una tarde observó un afiche, pasó el casting, llevó los talleres, compartió su tiempo universitario con el teatro y más tarde, cuajado y sin avisar, porque eso es el teatro, un espacio incomprensible en donde las acciones a veces suceden porque tienen que suceder se convirtió en el líder de un conjunto de personas que intentan a través de sus obras teatrales rescatar un arte que se pierde en la ciudad, o que al menos ha sido relegado a espacios silenciosos en donde héroes anónimos otorgan su vida para que el teatro nuca muera.

“El teatro es hacer, y el actor actúa, un sinónimo de intervenir, de ejecutar y eso les ayuda a los jóvenes en sus vidas diarias, a hacer y nunca detenerse, a dejar de ser tímidos, a enfrentarse a una ponencia, a expresarse adecuadamente, a ser buenas personas, eso le otorga el teatro, que ejecuten y que hagan de su profesión y que no duden”, dice Valdivia.

Son cerca de las doce de la noche y mientras me despido de Sofía que ríe exageradamente lanzando un beso al aire y de Sharon que mira con sus ojos negros penetrantes diciendo “que esto sea un hasta luego”, Julio, extiende el brazo, con su fisonomía delgada. Entonces sus dedos huesudos aprietan mi mano y en un momento de destello, de recordar instantáneo que le caracteriza dice: “espera tengo que decirte algo, lo olvidé”. Le miro con duda y estando a punto de soltar una frase socarrona él dice: “Hey, recuerda, si te gustó la obra pásale la voz a tus amigos, a tus familiares, a tu novia, a tu esposa, a todos, para que el teatro no muera nunca, y si no te gustó la obra otórganos un cómplice silencio”.

Una de la mañana frente al computador, eligiendo una frase para cerrar este artículo, a la cabeza y luego en voz alta repito un par de veces: “Julio le diré al mundo entero que la obra me encantó”.

 

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