Arequipa

La dama y el vagabundo

18 de febrero de 2018
La dama y el vagabundo

Sonia Choque es la dama detrás de Scooby, el perro más famoso de la Ciudad Blanca. Su historia representa el amor y respeto hacia las mascotas.

 
Por: Lino Mamani A.
Fotos: Adrián Quicaño P.
 
La dama camina desesperadamente por las calles. Mira de un lado al otro. Se apresura sin importar que sus sandalias puedan desprenderse. El vagabundo está postrado. Doliente como un león caído. La dama se le acerca y el vagabundo responde con gestos. En su cuello una herida sangrante denota la salvajada de los cortes recibidos. Aquella noche de abril de 2017, asistió a un partido de fútbol y al salir dos desgraciados lo acuchillaron. Los días siguientes fueron de recuperación del vagabundo y de angustia para la dama y sus amigos.
 
La dama no es madre, pero bien podría serlo. El vagabundo es un hijo sin madre. Sonia Choque Martínez lo cuida como suyo, aunque el vagabundo sea un perro callejero que tiene el cariño de toda una población.
Desde que fue herido, Scooby tiene prohibido asomarse a los partidos de fútbol. Cada vez que hay encuentros claves es guardado en la céntrica casa de Sonia. Así sucedió cuando el FBC Melgar jugó ante Wanderers, el equipo chileno que triunfó en tierras arequipeñas. Previo al pitazo inicial, la dama fue a buscar al vagabundo.
 
-¡Suelte al perro! – le dijo un policía al verla llevándose al grueso can marrón de 62 kilos.
 
-¡Soy la “mamá” de Scooby! –respondió la dama como si eso bastara. Tuvieron que interceder comerciantes y peatones que vieron la escena para respaldar su versión ante los incrédulos agentes. Al abrirse paso, la dama sonrió y pensó: “Scooby está a salvo”.
***
 
La dama labora hace 24 años en la Universidad Nacional de San Agustín (Unsa), casi el mismo tiempo en que se dedica a cuidar de los canes, aunque no sea su función. “No hay presupuesto ni para su comida, porque si no sería malversación”, refiere la filósofa. Primero atendió a los cachorros de una can, y luego empezó a ampliar su dedicación, asumiendo la defensa de los perros junto a otros trabajadores de la casa de estudios.
 
Fue en el 2009 cuando, por primera vez, Sonia escuchó hablar de Scooby. A la trabajadora administrativa le comentaron que había un perro grande, de aspecto agresivo, que solía acudir a la Unsa en busca de comida y que había sido atacado. Entonces Scooby, o Marrón, se divertía correteando a los que vendían droga en las avenidas colindantes. Uno de estos sujetos le cortó la oreja izquierda en represalia.
 
Pero su encuentro sería después. Sonia salía del supermercado siendo secundada por el can hasta su residencia de la calle Melgar. Desde entonces Scooby regresaría al hogar en varias ocasiones para pedir comida, mientras su fama crecía con los días, entre los pasillos universitarios, entre los dueños de los negocios y peatones de la calle que se le acercaban a acariciarle el lomo, darle diversas comidas y tomarle fotografías. Inclusive se abrió una cuenta en Facebook (Scooby: no pedí ser callejero).
 
Un día, el vagabundo y Negro, su mejor amigo, subieron a un auto, donde unos jóvenes se los llevaron de paseo a Sabandía, distrito ubicado a 40 minutos de la Plaza Mayor. Pero luego de la diversión, los dejaron abandonados. Sonia se alistaba para asistir a una reunión de su promoción de colegio cuando recibió la llamada avisándole que los canes estaban perdidos en el campo. No dudó en ir.
 
A Scooby lo trajo de regreso Eduardo Allasi, otro de los que se dedican a protegerlo, pero Negro no quería subir al auto. La dama e Isidro, su pareja, tuvieron que caminar junto al amigo perruno. 
 
-Yo estaba en tacos. En el camino una señora me prestó unas sandalias, pero no me entraban, más allá también unas zapatillas que tampoco me entraban, así que hubo trechos en los que tuve que caminar descalza –refiere recordando aquella ocasión.
***
 
La dama y el vagabundo avanzan rumbo al área de Ingenierías de la Unsa. Como dueño en su casa ingresa el enorme can burlando las barreras de seguridad. Los universitarios lo miran, gritan su nombre y murmuran. “Está adelgazando”, dice una joven a su compañera. “Dicen que lo castraron”, refieren otros.
 
Scooby es un can imponente. Pesa 62 kilos, tras ser sometido a una especie de dieta intensiva de parte de su “mamá”. Hace unos años la balanza le marcaba 80 kilos, resultado de las tortas, helados, pollos a la brasa, chifas y restos de comida que le arrojaban en las calles del Centro Histórico. Su estado de salud era la preocupación, generando una campaña en las redes sociales para que no le dieran comida de más.
 
-Tuve que darle medio kilo de Dog chow, para que no ande recibiendo comida en la calle –cuenta Sonia, quien tiene casi el mismo peso que el perro con quien esta mañana pasea en la universidad. El cariño que le tienen en la Unsa hace que la dama no tenga temor de que algo pueda pasarle al vagabundo. Aunque hace algunos años, la situación era diferente.
 
Cuando en el 2015 se realizó Perumin en la Unsa, corrió el rumor de las intenciones de querer sacrificar a todos los canes. Sonia y otros trabajadores se opusieron y así crearon la asociación “Amigos de los animales de la Unsa”, con quienes decidieron trasladar a todos los canes a un albergue mientras durara el evento. La oposición permitió potenciar el respeto hacia estas mascotas y su correcto cuidado.
 
Hay 17 canes en las tres áreas de la casa agustina, todos vacunados, desparasitados y esterilizados. La mayoría están en Ingenierías. Está Chivolín, can de 17 años que tiene un tumor canceroso en el corazón. En la puerta de ingreso es común ver a Rolando, el cojo, o a Benito, el viejito. También está el Chato, quien suele morder a los borrachos, Negro y su novia Canela. Dudú y Zapatitos fueron adoptados. Huguito, Dino, Lalo, Danielito o el temible Rex, el hijo rebelde de Scooby, forman parte de la lista. En su última etapa de vida están Trompas y Ardilla, dos de los tres que cuidan en el área de Sociales. Desprenderse de un perro es un acto de tristeza.
 
Las muertes caninas que más le duelen a Sonia son tres. Sebitas falleció el año pasado de un paro cardiaco. Negra y Ojitos, murieron de viejitos. Ambos se habían quedado en la universidad luego del aluvión del 2013. Pero el que más dolor le pesa, fue perder a Vecino, un perro de una vivienda cercana, quien la acompañaba todas las veces que iba a hacer su maestría.
 
–Cada perro me sacó un pedazo del corazón– dice la dama para representar el hondo pesar aunque el temor crece con los días –No me hago la idea de que Scooby nos deje, simplemente tiene para rato y lo chequeamos siempre–.
 
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Scooby se convirtió en un símbolo. El 20 de mayo cumple 11 años de vida perruna, de andar en las calles libremente, de aparecer en las protestas y en cualquier rincón del Centro Histórico. Cada vez que duerme de forma extravagante la gente cree que se murió y se acerca a corroborarlo. No hay perro en Arequipa que reciba tanta atención como él. Y hace dos años el cariño se demostró cuando bordeó la muerte.
 
Un hueso se le incrustó en el estómago. La operación costaba 2 mil 500 soles, monto que no está al alcance de muchos. Trabajadores, profesores, animalistas y hasta estudiantes, aportaron con mil 200, pero aún faltaba para cumplir con el monto de la intervención quirúrgica. A través de las redes sociales se hizo una campaña a favor del can. Prácticamente los arequipeños pagaron la diferencia.
 
El vagabundo es engreído. Come medio kilo de Dog Chow al día, croquetas que muchas veces son gestionadas por donación de animalistas, alumnos y producto de la venta de calendarios con Scooby y sus amigos. Al día también debe recibir una pastilla de Omega 3, desde que fue castrado. También le dan yogurt dos veces a la semana para que su estómago tenga buen funcionamiento.
 
Todos los días, antes de ir a trabajar, Sonia se levanta para ir a las 06:30 va a las tres áreas de la casa agustina para verificar cómo están los canes y darles alimento. Su dedicación es exclusiva, a tal punto que no concibe alejarse de la ciudad, porque podría descuidar a los perros. La dama es el ángel de los canes de la Unsa. Es la “madre” de Scooby.
 
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