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El día que el fútbol murió

26 de noviembre de 2020
Foto: D10S

Por: Adrián Manrique Rojas

“Murió Maradona hijo”, fue el mensaje que me mandó mi tío desde Argentina. Lo leí y no lo creí. Todavía no puedo creerlo.

Amado por muchos, odiado por otros, reconocido por todos. Ese fue Diego Armando Maradona, “El pibe de oro”, “La Mano de Dios”, “D10S”, “El pelusa” o simplemente “Diego”.

El mejor jugador de fútbol de la historia, forjado en un humilde potrero, natural de Villa Fiorito en el partido de Lomas de Zamora, al sur del Gran Buenos Aires. Un iluminado de Dios, que enfrentó desde pequeño la adversidad, que supo a base de regates y dribleadas hacerse la gloria desde el polvo de sus humildes orígenes con la intención de ayudar a su familia.

El más grande de entre los grandes, el único, el inigualable. Aquel que hizo de la magia de sus pies, la verdad del deporte más hermoso, aquel que regó de gloria su patria, aquel que soñó, siendo aún un niño, jugar un Mundial y que logró ser campeón del mundo, aquel que movió masas, aquel que dejó una estela de gol y felicidad para el goce de todos los que pudieron verlo y conocer su historia.

Dueño de una técnica increíble, de una zurda que hoy dejaría chicos a los más pintados “cracks” del fútbol mundial, líder innato y el mayor referente de la historia del deporte rey.

Único capaz de hacerle un gol con la mano, y el mejor gol de la historia de los mundiales, en un mismo partido a los creadores del mismísimo fútbol, los ingleses, y por si fuera poco, “vengar” de cierta manera la derrota de su nación en una guerra producto del injusto colonialismo europeo.

Hombre que supo decirles “Hijos de puta” a una enardecida afición en plena final de la Copa Mundial Italia 90 en el Estadio Olímpico de Roma, mientras abucheaban y pifiaban el himno de su patria. Guerrero de mil batallas y profeta llegado desde la Patagonia hasta el norte de Italia para conducir a la gloria al Nápoles, un club hasta entonces carente de éxitos.

Dieguito Maradona tuvo las luces en el rostro, los flashes, las cámaras y la mirada atenta de todo el mundo, y a pesar de ser un dios en la cancha, era tan humano como cualquiera de nosotros en su vida común; con dolores, alegrías y tristezas.

Y como reza una de las tantas canciones que le dedicaron, la fama le presentó una blanca mujer, de misterioso sabor y prohibido placer, que lo hizo adicto al deseo de usarla otra vez involucrando su vida. Esa misma “mujer” destruyó a la persona detrás del talento más grande que nuestros ojos contemplaron, y quizá contemplarán; y si Jesús tropezó, ¿por qué él no habría de hacerlo?

Hablar más de Diego, es llenar un saco roto por el salvajismo humano y la incomprensión. Nosotros lo idolatramos, lo hicimos ídolo, lo enaltecimos, él nos regaló su genialidad y su don. Después nuestra propia naturaleza destructiva nos llevó a destruirlo, a volverlo añicos al punto de burlarnos de su enfermedad y hacerlo un meme más del cual valernos para divertirnos a placer.

Hipócritamente vimos en él todas las vidas que podamos imaginar vivir, y digo “imaginar” porque solo hasta eso llegamos; sin embargo, él las vivió y cargó la cruz de su fama, que dicho sea de paso nunca lograremos tener.

Él supo vivir en la miseria, él supo jugar en primera, él supo ser campeón mundial, él supo llegar a la gloria, él supo vivir en excesos, él supo ganarle a la muerte alguna vez, él supo sentir la pasión que la caprichosa genera al rodar por el pasto, y nosotros jamás haremos algo que él hizo siquiera una vez en nuestras vidas. Él fue consumido por la cocaína y también por nosotros, una sociedad que nunca lo dejó tranquilo, que siempre le reprochó el por qué y para qué de todo lo que hacía, usurpando su vida privada con la intención de hacerla nuestra, canibalizando nuestras ansias voraces de ver caer a nuestros propios ídolos. Él es un mártir más de nuestros deseos más profundos, los cuales difícilmente nos atrevemos a realizar, y que es mejor solo verlos de lejos y no vivirlos, porque la vida es una tómbola. Por eso será el más grande, por siempre.

Solo tú, D10S, pudiste cargar el peso de una vida consagrada a la gloria, sufriendo con la grandeza de tu destino.

Podrán decir muchas cosas de ti, podrán seguir mancillando tu nombre, pero jamás rozarán siquiera la magnitud de tu existencia.

Gracias por hacer que la magia se haga realidad, gracias por regalar al mundo la maestría de tu zurda, gracias por tanta felicidad.

Hoy el fútbol ha muerto contigo Diego.

Iré a tu fiesta, así muera en el intento (II)

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