Arequipa

HOMBRES ADAPTADOS Y HOMBRES CREATIVOS

19 de enero de 2015
HOMBRES ADAPTADOS Y HOMBRES CREATIVOS
Por Luis Eduardo Daza
 
   Los seres humanos casi siempre se ven en la imperiosa necesidad de resolver conflictos existenciales que se presentan en dicotomías: elegir entre ser idealista o ser práctico, soñador o realista, contemplativo o hacedor, sensualista o romántico, coherente o incoherente, original o un seguidor. La forma cómo resuelvan esos conflictos marcarán su destino, su carácter y su personalidad.
  
La mayoría de hombres en este planeta eligen adaptarse por un principio darwiniano elemental: sobrevivir. Por eso optan por ser pragmáticos, extrovertidos, oportunistas, aduladores, hipócritas, acríticos, indiferenciados, un número más en la estadística, un exitoso pobre tipito añadido a la interminable lista de seres anónimos e intrascendentes que pueblan esta enorme esférica piedra contaminada. 
 
   Los hombres creativos son muy escasos. Tienen una percepción particular de la vida, sus ojos y su mente están libres de las telarañas que suponen los prejuicios y los preconceptos. Mientras que los hombres adaptados almacenan verdades, los originales las descubren. Los adaptados la declaman, la recitan en conferencias y en cuanto foro encuentren, los hombres originales inventan, crean, cavan hoyos conceptuales en la tersa sábana del saber, aborrecen lo ordenado, creen que detrás de ese orden se encuentra el pretexto para dejar de pensar. 
 
   Un hombre creativo detesta cualquier sentido de autoridad, en especial las autoridades académicas, científicas y religiosas. Las verdades de estos seres humanos que han adquirido la rimbombante etiqueta de autoridad vienen seductoramente expresadas, en papel de regalo, con un tufo  embriagador que subyuga a los hombres adaptados, quienes pasan a conformar los ejércitos que las defienden. El gran fulano de tal dijo tal cosa, por lo tanto es cierto, una verdad inamovible. Dentro de  ese  compacto aserrín que es su cerebro, los hombres adaptados alojan como inquilinos obedientes a un fanático, a un dogmático, a un menesteroso mental cuyo menú conceptual es un indigesto y avinagrado escabeche de verdades rancias. A diferencia,  los hombres originales tienen una intuición puntiaguda, capaz de abrirse paso en los agujeros negros simbólicos que encubren la esencia de los fenómenos. 
 
   La originalidad de los hombres se expresa en sus intereses: leen mucho, escuchan música, asisten a atardeceres y amaneceres, se conmueven ante la danza sencilla de la vida y la naturaleza: los nevados, el cielo estrellado, el aire fresco que quiebra el calor de una mañana, el talento humano. Un adaptado envidia, un hombre original, admira, inventa, innova, al morir deja una herencia al mundo; contrariamente, el adaptado, es absurdo, inepto, casi oligofrénico, al extremo que se toma el extraño, absurdo e hilarante  atrevimiento de “inventar un invento que invente inventos”.
 
   La creatividad trae problemas. Los seres rosaditos, tibiecitos, moderaditos, cuadriculados, bien reconciliados con el mundo, con inteligencia afeminada no soportan un tipo que muestre otro camino; cuando todos deciden andar mil veces el mismo camino, este hombre solitario escoge, de manera impredecible, uno nuevo. Entonces comienzan a vejarlo: lo llaman loco, anormal, antisocial, enfermo. Pero no le importa, hace ya bastante tiempo ha descubierto que la mediocridad se alimenta de la envidia, la cárcel emocional  de los seres probadamente incompetentes. No les responde, en realidad su mente está ocupada en menesteres más trascendentes: en crear.
 
   Los hombres adaptados son buenos para la chamba, son laboriosos, prolijos, metódicos, asiduos, perseverantes, aman con extremada pasión la institución en donde dejan la vida
 
     Un hombre adaptado de mediana edad, se levanta, se pega un duchazo, se acicala, desayuna, se lava los dientes,  y sobre esa higiene, se echa un spray a la boca para neutralizar cualquier mal olor que pueda surgir durante su día. Se pone un terno, se ajusta la corbata, se baña en loción, luego del anillo y el reloj (su asesino silencioso, el que le hace sangrar sus vísceras  y colapsar sus arterias) se coloca unos lentes oscuros bien chuchumecones, no tanto para evitar la resolana, en realidad se los coloca porque le espanta entrar en contacto ocular con los demás. Su vida es aséptica, ridículamente hermosa, pomposa, pero estéril. Toma ansiosamente de la vida lo que puede y no le regresa nada
 
  Adaptado  es también aquel obrero a quien gritan, lo instalan en un cementerio laboral, le dan órdenes precisas, tareas bien estructuradas  y agobiantes, sino lo agarran a patadas, lo amenazan, lo chicotean verbalmente con el recurso más favorito y eficaz de los explotadores: el despido.  Y como plus, a cada momento, le recuerdan que si no fueran por ellos (los ricachones) estaría varado en la ciudad mendigando.  Pero este pobre hombre termina resignándose, acoge e internaliza las palabras engañosas  del cura: “bienaventurados los pobres porque de ellos es el reino de los cielos”. 
 
   Un hombre adaptado es aparentemente feliz. Realiza un trabajo y se siente un privilegiado en este océano de desocupados. Detesta lo que hace, pero se vuelve a resignar, total, puede abastecer a su familia.
 
  Un hombre creativo no conduce un automóvil, camina; no anhela ser hermoso, vive con sencillez una vida, no el simulacro que todos a su alrededor se han empeñado. No es esclavo de nada ni de nadie. El reloj no existe porque no vive de acuerdo a una agenda, prisionero de obligaciones, de deberes, de exigencias. La única exigencia de la cual es un diligente y un maniático es la que proviene de sus propias apetencias, fantasías, intuiciones, aquellas que se convertirán en una nueva vacuna contra una nueva pandemia, una nueva obra literaria, un cuadro distinto, una original composición musical.  Observa con incredulidad  las cosas que emocionan a los demás, bailecitos, grititos, saltitos, músculos, fuerza, sudor, sensiblería, argumentos bobos, cuidado de la imagen personal, o sea, entregarse cuerpo y alma a vivir una apariencia. Le apena la desesperante rutina  en la que vive el hombre, en especial los profesionales. El hombre creativo piensa sobre los adaptados: “Pobrecitos, no viven una vida, sino un simulacro de ella” (comentarios a [email protected])
 
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