Juan Celso Carpio y los “Susurros de un Trovador”
Aquí lo recordamos con un artículo sobre su último poemario.
Por: Fernando Chuquipiunta Machaca
Moho es tierra de rebeldes, revolucionarios; músicos, poetas y escritores. Basta nombrar a Félix Olazábal Romero, Andrés Talavera, Luis Zumarán Carpio, Zoraida de Amat Machicao, Rita Puma Justo, Vicente Mendoza Díaz, Natalio Calderón Fuentes, Miguel Nicolás Ángles, Sebastián Passano Passano, Julio Mendoza Díaz, Pedro José Rodrigo Machicao, Humberto Escobar Coacalla, Mariano Yanariko Mamani, Armando Machicao Bejarano y Juan Celso Carpio, todos ellos precursores, de lo que han sido, es y será después, en los siglos que vienen, Moho.
El trabajo poético del ingeniero forestal Juan Celso Carpio (Moho, 1946 – Arequipa, 2023) es acaso, entre los poetas recientes, uno de los que más atención requiere por parte de la crítica literaria especializada. Su despliegue verbal y su cuidado en los últimos momentos de la palabra elegida lo convierten no solo en un estilista del lenguaje, sino que también en un orfebre que, acorde a los tiempos, levanta una cuidadosa arquitectura poética, donde la reflexión se une al imperativo del decir.
De espíritu conceptual y elegida densidad, su nuevo poemario, llamado “Susurros de un Trovador”, es, ante todo, una contemplación de la realidad que se desarrolla entre sí. Por eso es que el discurso poético reluce maravilloso y dividido como en un calidoscopio. «Cuántas lágrimas ardientes he derramado/ tu partida dejó un vacío en mi corazón/ hoy te he traído esta flor roja con la esperanza de encontrarte/ te buscaré en la tierra/ en el aire/ te invocaré en mis sueños y no sé cuándo te podré alcanzar/ cuando de nuevo podré estrecharte/ cuando de nuevo correré a tu encuentro”.
Otra manera de leer este valioso poemario “Susurros de un Trovador” es considerando la posibilidad
de que se trate de un cuadro cubista: para recomponer el objeto hay que lanzar miradas en distintas direcciones, pues su autor enfatiza en ciertos aspectos de sus temas, dejando al lector la búsqueda literaria. Toda esta postura estética lleva a Juan Celso Carpio a ver y sentir el mundo exterior e interior de otra forma. “Mi reina/ la tristeza está consumiendo mi tristeza/ como decirte que te quiero/ que deseo estrecharte en mis brazos/ si este humilde súbdito/ a pesar de sus deseos y la sed de amarte/ ni siquiera puede levantar la servís/ quiero detener el tiempo/ para ver si en este entretiempo/ se produce el gran milagro que espero”.
Asimismo, provoca imágenes certeras que hay que seguir a lo largo de la lectura. “Cholita pandillerita bonita presencia es la que tienes/ asemejas una paloma muy delicada y tierna/ cuidado pierdas tu vuelo por culpa de una aguilita/ ahora que ves el peligro no sigas revoloteando/ ven te ofrezco yo mi nido/ los dos juntitos iremos como nuevas parejitas/ que se quieren y que se aman”.
Entre las páginas 36 y 37 hay un texto extenso dividido en ocho instancias que es un ambicioso registro de una especie de dramatización, donde el yo poético se desdobla en lo que dice, lo que observa, lo que describe y lo que siente, donde acuden otras voces desde afuera generando un paisaje urdido con millares de hilos de colores.
Por lo expuesto, un esfuerzo considerable por decir con los mínimos recursos estilísticos es el que realiza en este poemario Juan Celso, que seguro nos habrá de llevar a situar la poesía como lo que fue en su origen: la ceremonia del descubrimiento, de la creación del primer nombre a las cosas y los acontecimientos, un acto inaugural.
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