Columna

Al pueblo le asusta la revolución*

13 de noviembre de 2020
Foto: Gabriel Herencia

Por: Carlos J. Ylla Quenaya

Observo sin esperanza la coyuntura actual. El pesimismo me embarga, a pesar que sonrío cuando veo a la población levantarse. Esta apatía es producto de las graves contradicciones suscitadas en estas circunstancias. Mientras unos protestan, sin querer aceptarlo, por la rabia de ver sin poder a ese ídolo llamado Vizcarra; otros se esfuerzan por no dar esa apariencia a la protesta y exigir cambios reales y profundos. Creo y acompaño a los segundos.

Vizcarra conquistó a toda una multitud con su eficiente y vil estrategia de antagonista y en un país tan podrido como el nuestro no es muy difícil hacerlo. La corrupción ostenta de su poder y cualquiera que se sienta menos corrupto que otro enarbola la bandera de la moral. Si hasta hace unos años, en la Universidad Nacional de San Agustín, jóvenes recibían al expresidente como a una estrella de rock, la misma juventud que hoy sale a protestar contra la vacancia. ¡Qué no nos engañen estimado lector! A muchos en realidad les ha dolido ver caer a su deidad. El fanatismo no es sano y esta es la muestra, si tan solo hace falta revisar las redes sociales y encontrar mensajes de nostalgia frente a la partida de un presidente que desde antes de asumir el cargo ya pactaba con el fujimorismo, de un provinciano que se escudaba en el discurso anticentralista y anticorrupción para mantener ocultos los delitos por los que hoy se le investiga. Martín Vizcarra no es el antagonista de la clase política deteriorada, es más bien un personaje más en esta tragicomedia. Sin embargo, como en toda novela, tiene una fanaticada dispuesta a seguir sin criticar, a convertirse en un fiel y embobado ejército. No es casualidad, que no haya dado pelea en el congreso, sabe desde hace mucho que el juego le está dando resultados y, por lo tanto, no debe sorprendernos encontrarlo en las próximas elecciones aspirando a algún cargo.

Que no se entienda que quién escribe respalda la cloaca denominada congreso, todo lo contrario, me produce arcadas. El problema aquí es que esta polarización ha provocado la ausencia de debate y eso nos lleva a una censura simbólica en la que nos hundimos sin saberlo.

Les pregunto: ¿No les hace ruido que todos esos medios de comunicación que no tienen ningún reparo en llamarle terruco a quien protesta, hoy les inviten a tomar las calles? ¿Ver a Magaly Medina mostrar su indignación en esa televisión maloliente no les invita a cuestionarse? Pues algo no está bien. Mucho cuidado con quién capitalice todo este fervor. Porque parte del pesimismo que siento es una sospecha de que no se quiere cambiar nada a profundidad, sino volver a esa “normalidad” que maquilla los grandes niveles de desigualdad en los que estamos sumidos.

Hay quienes han querido emular lo sucedido en Chile e ilusamente creen que podemos seguir los pasos de esa admirable gesta, pero no. ¡No somos Chile señores y señoras! ¡No somos Chile! No solo porque nuestras dinámicas políticas, sociales y culturales son distintas, sino porque la protesta sin una propuesta política clara, ni una organización social fuerte de respaldo no tiene ningún porvenir positivo. Si aquí todavía se escucha a esos ingenuos diciendo “protesten pacíficamente” “está bien protestar, pero sin violencia por favor”. No me hagan reir… Carlos Ezeta (el muchacho que golpeó a Ricardo Burga) no es más que el reflejo de nuestra sociedad. Una sociedad que se arrepiente y pide perdón de mostrarle a esa clase política mediocre lo cansados que estamos de tantos años de violencia estructural. Vayan y díganle a las familias de las víctimas de feminicidio que se arrepientan de golpear y gritarle juez de mierda a quien deja libre al feminicida; vayan y pídanle a las comunidades nativas que pidan perdón por defenderse de la matanza a sus líderes por parte las transnacionales en la selva; vayan y pídanle a los familiares de las personas que murieron sin encontrar oxígeno o cama en algún hospital que no puteen y lancen botellas al presidente cuando llegue a inaugurar algún nosocomio. No señores y señoras, digan la verdad. No quieren protesta, no quieren un cambio, lo que quieren es seguir en esos pasacalles estúpidos para tomarse fotos y subirlas a cuanta red social les sirva para validarse a sí mismos.

No somos Chile, porque aquí no tenemos una juventud organizada. La gran mayoría inmersa en política, no entiende ni un poco de historia, no se autoeduca, no tiene principios claros, ni postura política. A esos activistas juveniles que luchan por una determinada agenda, los ves muy revolucionarios en sus espacios, pero luego sentados en el sector público, partido político o alguna empresa con un discurso “diplomático” callados y lamiéndole los pies a esos dinosaurios de la política, que se la saben todas y por ende han sabido direccionar esa rabia hacia sus fines. Basta con ver al COREJU (Consejo Regional de la Juventud) o al CPJ (Consejo Provincial de la Juventud) con pronunciamientos de indignación cuando hay casos de corrupción a nivel nacional, pero con un silencio bochornoso ante la inmundicia del Gobierno Regional o la Municipalidad Provincial de Arequipa.

A esto hay que añadir que el proceso chileno no puede repetirse aquí porque el movimiento social sufre de una dispersión en la que no hay un discurso unificador, ni una consigna clara; en síntesis, la despolitización y resignación de los peruanos y peruanas es inconmensurable. Espero equivocarme, pero el pueblo le tiene miedo a un verdadero cambio. Por eso, mientras los chilenos y chilenas cantaban en sus protestas los versos de Victor Jara, Violeta Parra o Los Prisioneros; aquí tenemos que aguantar a esas estrellitas pop de Pedro Suárez Vértiz o Gianmarco Zignago hablando desde su apolitismo, que no es más que una postura política tajante a favor de la indiferencia y la estupidez complaciente; o aguantar a esos músicos oportunistas que nunca se han preocupado por la realidad en la que viven y aprovechan la coyuntura para sacar canciones y tomarle el pelo a su fanaticada.

Por todo lo expuesto y mucho más, miro con tristeza, rabia e impotencia la crisis actual que vivimos y sigo admirando con ahínco a esos rostros incansables que no desfallecen a pesar de todo.

*Canción del rapero chileno Portavoz.

La vacancia presidencial a lo largo de la historia del país

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