Columna

¿Cómo te hubiera gustado llegar al bicentenario en el Perú?

21 de diciembre de 2020
Foto: Bicentenario

Por: Lucas Z. Granda

                La indignación se puede sentir en las calles, en cualquier espacio público, el pesimismo se ha imprimido forzosamente en la ciudadanía, solo basta prender la televisión, escuchar la radio o ver alguna red social, donde te llegue una noticia de un hecho o escándalo que te avergüence como ciudadano,  para que las ideas se junten con las palabras y creen las expresiones de: “más de lo mismo”, “todos roban”, “por algo lo hará”, entre otras. Estas frases han sido muy conocidas por nuestros padres y madres, y mucho antes por los abuelos y abuelas, cada generación se convenció que el poder corrompe, que los que están arriba no ayudan a los que están abajo, el conocimiento sirve a las grandes elites, el pueblo paga siempre los errores de los que mucho tienen, entendiendo la política como sinónimo de corrupción y no como un servicio desinteresado al bien común. Es está indignación que durante 200 años ha apoyado dictaduras, regresos a la democracia, siendo permisivos en algunos momentos a políticos disfrazados, por ejemplo, si había intereses nacionales en juego como el derrocamiento de la dictadura Fujimorista y la marcha de los cuatro suyos liderada por Alejandro Toledo para la recuperación de la institucionalidad en el país. Son estos apasionamientos que nos han tenido como un péndulo desde el 28 de julio de 1821, sirviéndonos para reflexionar a vísperas de llegar al número doscientos.

                Las frases manifestadas han sido muy comunes en noviembre del presente año, en las diferentes marchas que se produjeron para derrocar al usurpador Manuel Merino, donde lamentablemente hubo muertes, secuestros y desproporciones con la fuerza que utilizo la policía. Y es necesario comenzar con este acontecimiento, por el triunfo que le dio a la sociedad peruana, en hacerse presente en las calles y exigir sus derechos ciudadanos, dando un mensaje de rechazo total a la clase política vigente, donde la indignación de diferentes generaciones fueron vomitadas y alineadas en una sola voz, ya no se quedó en la noticia, en la conversación en el almuerzo o la charla con los amigos en una reunión, se marchó y se ganó. Recibiendo la denominación de la “Juventud del Bicentenario”, aquello no quiere decir que solo marcharon jóvenes, fueron diferentes grupos etarios, la política tradicional y las personas que viven de ello se confiaron que la pandemia ocasionada por la COVID-19 sería la cadena necesaria para poder coaccionar y prohibir a la población a que no pueda salir a las calles, bueno, se equivocaron.

                El cumulo de malestar por parte de la ciudadanía no es gratuito, de cara al bicentenario la reflexión es justificada, pero mirar hacia atrás para poder entender el presente de ahora es necesario. Comenzando con los problemas estructurales que tenemos en el Perú, todavía no resueltos que vienen desde la República o mucho antes que ella.

                Comenzar con la identificación de la población con el territorio y la idea de nación es una gran incógnita que tenemos desde 1821. Las grandes olas migratorias por los diferentes procesos históricos y fenómenos sociales acontecidos en toda la república han significado la apropiación de territorios, dinamismos económicos, explosión demográfica, nacimiento de costumbres y la conformación de identidades regionales. No habría problema con la multipolaridad cultural, si se hubiera forjado la interrelación entre estas y logrado una cohesión social para poder desarrollar un turismo sostenible, valores ciudadanos comunes y un enriquecimiento a los saberes ancestrales renovándose de generación en generación, en vez de ello surgieron los chauvinismos, la supremacía de las culturas e identidades regionales unas contra otras, una competencia desmedida basada en que parte del territorio nacional es mejor vivir, era mucho mejor el clima, condiciones laborales, oportunidades de desarrollo familiar, seguridad ciudadana, costumbres, entre otras. El sentido común podría decir: “bueno, nos llevamos mal entre nosotros, pero vamos, eso no ocasiona problemas estructurales”, en este último comentario hay pre-juicios, porque el statu quo de como entendemos el orden social en el cual vivimos y los diferentes roles asignados se entienden desde nuestros diferentes puntos de vista, desde nuestra propia identidad, donde hemos crecido, como nos han educado, cuáles son nuestras banderas, el nivel socioeconómico que representamos y la movilidad social que vamos haciendo en el tiempo que va transcurriendo. Y se vuelve una bomba de tiempo sino toleramos o tenemos empatía con la ciudadanía en una agenda en común, por ejemplo actualmente, la Confederación Nacional de Instituciones Empresariales Privadas (CONFIEP), el falso progresismo que embandera Cesar Acuña junto a sus universidades, el bloque moqueguano del expresidente Martín Vizcarra, el club de la construcción y partidos políticos en Lima, aquí había líneas de acción e identidades muy claras, plasmando intereses con un trasfondo cultural, hay que tener una carga valorativa para poder ingresar a estos grupos. Es por ello que la idea de nación es aún lejana.

                La indignación nos hace reflexionar también en el problema de la representación política, autoridades electas en procesos electorales e instituciones que nos gobiernan, es más se podría decir que el modelo democrático ha empezado a repensarse, y si queremos citar la historia, antes de ser llamados Perú discutíamos sobre republicanismo o monarquía como sistema de gobernabilidad. Y el problema de representación se cae del árbol de la identidad, creando conflicto, y hasta hace poco inercia por la ciudadanía, pero se ha pasado de un ciudadanía expectante a una participativa exigiendo espacios de participación donde se puedan legitimar sus derechos, una reforma política plural e igualitaria, donde se propuso de una manera populista en el 2018, llamando a referéndum, pero ahora se debe tomar con responsabilidad ciudadana todos los procesos electores para escoger a las autoridades que nos representaran en los cargos públicos, no podemos darnos el gusto de dejar libre ese campo, para que la improvisación y la corrupción siga replicando los modelos de dominación en la diferentes escalas del sector público.

                La anomia es un estadio de desgobierno, donde la cohesión social de la institucionalidad en un territorio no genera gobernabilidad, teniendo como apoyo a la desigualdad social en una región Latinoamericana la indignación y el pesimismo son las únicas herramientas que se tiene en el Perú para poder marchar y luchar por nuestros derechos. La planificación fallo, porque aún tenemos grandes brechas sociales abiertas,  las transformaciones de los nuevos tiempos se están dando pero de afuera para adentro del país, si estamos forjando una nueva ciudadanía pero lento, son grandes tareas que nos quedan de cara al bicentenario.

                La agenda del bicentenario se enmarca en imaginar, hacer y celebrar, bueno no se han hecho las tres cosas a largo plazo desde hace 200 años, pero coincidimos que ya no podemos dejar todo a las buenas intenciones.

                Si hay mucha indignación y pesimismo, pero como nos hubiera gustado llegar al 2021, como nos hubiera gustado llegar al bicentenario.

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