Editorial

Editorial: La Candelaria arequipeña

Por diarioep / 4 de febrero 2020

Los españoles que trajeron la evangelización a Perú llegaron primero a Arequipa solo después de Lima y Cusco, y se entiende, por lo anterior, que fueron ellos también los que alentaron la devoción a la Virgen de la Candelaria y especial, y concretamente, en las imágenes que existen hasta ahora en Cayma y en el templo de San Francisco.

Fue después de entonces, y probablemente, por encargo felizmente logrado por artesanos arequipeños, que se hicieron la mayoría de las réplicas que de esta imagen existen especialmente en Characato y posteriormente en Chapi.

La devoción arequipeña por la Candelaria es muy grande y la Virgen que lleva un niño en brazos y que luce una canasta con palomitas se advierte en casi todos los templos locales, siempre se le ha festejado con cohetes, salvas, toques de campana, y numerosas misas, que terminan en procesiones a veces incomodadas por las lluvias; y no es extraño ver a la de Cayma cubierta con una plástica y refugiada en una casa particular cuando la intensidad del aguacero pueda dañarla.

Pasando los años y creciendo la migración procedente de Puno las costumbres de este festejo cambiaron. Del Altiplano llegó una nueva forma de participar, sobre todo en las procesiones, y la Virgen, de ser cargada en hombros y escoltada por devotos con vela en mano, pasó a ser la reina de una fiesta y una danzarina más del Altiplano.

Cada pueblo tiene el derecho y también la obligación de preservar sus formas tradicionales y resulta extraño que la Municipalidad Provincial de Arequipa otorgue la única distinción hasta ahora dada a una Candelaria, a una Virgen que es venerada con el modelo ajeno a nuestra tradición.

Felizmente el recordado presidente, Fernando Belaúnde Terry, de ancestro arequipeño, honró a la Candelaria de Cayma poniendo sobre el pecho de la imagen la banda presidencial que el jefe de Estado lució en su primera visita a Arequipa.

Las costumbres de Arequipa deben mantenerse para honrar tradición así como una forma distinta de festejar su identificación con la evangelización de los primeros tiempos coloniales.

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