Columna

¡Loor y Gloria a los hombres de antaño!

16 de julio de 2021

Por: Héctor Gamero Torres

Recuerdos, ensueños y añoranzas: soportes necesarios para vivir con intensidad.

Es de noche y estoy a pocas horas del 15 de Julio. Me veo otra vez desesperado por la ausencia de texto y la proximidad de nuestro aniversario. Pareciera que se quiere convertir en hábito, escribir a última hora. Lanzo algunas letras desesperadamente, movido por la intensidad de la emoción y sacudido por los recuerdos. La noche es la dimensión más apropiada y digna para acompañar el nacimiento de un apunte por El Glorioso.

La concurrencia incesante de las palabras para dar nacimiento a la frase vibrante, me emociona y enciende intensamente el ser. Las ideas pugnan por nacer en medio de una atmósfera sombría y nostálgica, sentimiento producido por las ausencias. Ya no tengo 17 años ni a mis compañeros de carpeta, pero conservo los recuerdos, en los cuales nos refugiamos los que somos grises por naturaleza y decisión, más aún cuando estamos en este tramo del ser y no ser…

Veo nítidamente el inmenso patio, que ya no existe por la desacertada gestión del Dr. Juan Manuel Guillén y siento añoranza de los recreos que no volverán. También veo el internado al cual corríamos desesperadamente cuando Guillermo Pomareda Vildoso imponía disciplina con su grito bronco y sus inmisericordes correazos, que contribuyeron a formar hombres de bien. Pomareda, era el apellido del auxiliar que llegó a ser profesor y luego director.

Solíamos decir, ahí viene Pomareda cuando se nublaba, era una expresión del humor de algún independiente socarrón, dado que el castigador era negro, moreno dirían algunos eufemísticamente. Lo recuerdo con cariño y gratitud. Nunca fui alcanzado por su correa de cuero. En medio de risas nos íbamos a las aulas. ¡Qué tiempos!

También recuerdo a mis cuatro compañeros altos, desgarbados, caminando a los kioscos, para mitigar el apetito voraz, propio de nuestra edad. La edad me impide recordar los nombres de las damas que atendían a los jóvenes alfeñiques. Juan Soto Flores, deportista, de peculiar sentido del humor, René Díaz Ugarte, el oxidado, también buen arquero, “hijo del zapatón” profesor aprista, Jhon Medina Castro, con él veníamos desde la primaria, por su estampa cualquiera en la calle pensaría que era un distinguido estudiante del Max Uhle, algunas veces a los cuatro se unía Edgard Yucra Chambi. Con ellos conformaba mi collera. ¡Qué tiempos!

Ingresé al colegio en 1977, año que se cumplía el sesquicentenario del Glorioso. Desfilé con una bicicleta arenera a la cual adorné con papel lustre, cometa y sedita quizás quedó muy barroca. No sé, no lo recuerdo bien. Tenía gran emoción por participar en teatro; a tanta insistencia me aceptaron en un papel secundario, muy secundario, de dos minutos de duración o quizás algo menos. No importaba, solo quería salir al escenario y que me vean actuar. Para mi presentación un vestido casi nuevo de mi madre tuve que romper, para darle la apariencia incaica. Esto provocó inefables carcajadas en mis primas, aún ahora cuando recuerdan no paran de reír. Mi pobre madre vieja, con iracundos gritos reaccionó. No interesaba, ya estaba hecho. Más de día y medio tuve que machacar el guión. Llegó el día, me presenté con el mal confeccionado traje incaico, me vi con la mente totalmente en blanco cuando súbitamente vi las luces y cientos de ojos de los espectadores… ¡Qué tiempos!

Conocí a Alfredo Bustamante en cuarto, también me enseño inglés en quinto. Cojo Bustamante, le decían despectivamente, algunos de sus colegas sutepistas, seguramente lo trataban así por su aspecto americano y por ser reaccionario, bueno así lo calificaban. No respetaba ninguna huelga, es más trabaja con más emoción y ahínco en el patio de Pabellón Norte, frente a las furibundas miradas de los sindicalistas del Glorioso. Era culto bien plantado y supo motivar en mí y quizás en algunos más, el deseo de aprender inglés, el idioma de los yanquis. Gracias a su singular procedimiento didáctico, muy distante de los enfoques teóricos adecuados, llegué al ICPNA. De la balbuceante frase pronunciada en cuarto año, ya podía pronunciar con cierta calidad y “cantar” algunas canciones del grupo sueco ABBA. Ahora solo tarareo, con algo de nostalgia. ¡Qué tiempos!

Willy o Willito, así me dirijo a él cuando lo veo. Lo hago porque su rostro y sencillez, lo permiten. A pesar de su calidad, nunca mostró altivez. Quizás la otra razón se deba a que ha sabido preservar su juventud y nos sentimos casi de la misma generación. En varias oportunidades solíamos encontrarnos en la imprenta de los hermanos Abarca, también alfeñiques, todos ellos. Ahí el maestro Willy Galdos Frías también sacaba sus libros de Arte, y nosotros de Lengua y Literatura. Recuerdo nítidamente un aniversario; no sé cuántas horas estuvimos trabajando, en el armado de un carro alegórico, para un desfile de nuestro Glorioso De eso hace más de cuarenta años. ¡Qué tiempos!

En aquellos años, la mayoría de los libros eran impresos a mimeógrafo. Hubo uno de Historia del Perú, que lo estuve conservando hasta hace algunos años. En ese encontré, un texto que no tenía más extensión que una página y media el que me cautivó totalmente. Lo leía varias veces y aun así no podía saciar la necesidad de leer y disfrutar… Eran las dos concepciones del mundo desde la perspectiva del Marianismo Histórico. El compilador o autor del libro, era el profesor Jorge Vázquez. Cuando ingreso a San Agustín encontré docenas de esos libros, muchos manipulé, muy pocos leí. Recordé con emoción mi colegio. ¡Qué tiempos!

Julio Aldazabal, maestro serio y ecuánime, tuvo a su cargo la asignatura de matemáticas. Hombre sencillo y a quien recuerdo con especial aprecio y gratitud. Supo formar y educar con el ejemplo. Edgar Gárate Correa, nos enseñó en dos oportunidades, la asignatura de Lenguaje. Altivo, de gran memoria. Entrando el primer día de clases en segundo año nos dijo como éramos. Hizo una semblanza muy cercana a la realidad casi de la totalidad de los estudiantes. Me gustaba su altivez y su forma de expresión, creo que en parte le doy vida en mis escenarios académicos. Sé que es abogado, varias veces lo he visto, pero me resulta difícil aproximarme. Benigno Pareja Zúñiga nos enseñó Formación laboral creo que así se denominaba la asignatura, es nonagenario y está plenamente lúcido para alegría de sus alfeñiques. Julio César Salas Morales, acude a mi memoria, aún conserva el bigote en el cual se evidencia el tiempo transcurrido. Hace diez años lo vi en la playa de estacionamiento del área de Ciencias Sociales, de nuestra querida UNSA. Es otro de los maestros infaltables en mis recuerdos. Asesoró un trabajo y lo hizo con la calidad académica propia de los independientes. ¡Qué tiempos!

En estos momentos la magia de la tecnología me lleva al patio principal de mi colegio en el cual estudié y en el cual innumerables veces desfilé con singular sentimiento independiente, me resulta difícil contener las lágrimas, veo algo borroso lo que estoy escribiendo, pero continuo casi frenéticamente lanzando palabras a la pantalla de la máquina. Considero que una vez sosegado trataré de arreglar para garantizar cierta legibilidad para que los alfeñiques y los que no lo son, también lo lean.

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