Arequipa

El indeseable deber de elegir

17 de septiembre de 2022
Sebastián Elías Delgado Flores

UN ANÁLISIS RELACIONADO A ESTA IMPORTANTE RESPONSABILIDAD

Por: Sebastián Elías Delgado Flores, estudiante de Ciencia Política y Gobierno de la UCSM.

Falta no más de un par de semanas para que, el domingo 2 de octubre, volvamos a las urnas a elegir a nuestras autoridades en las elecciones regionales y municipales. Un periodo de cuatro años en el que los políticos electos deberán demostrar que tienen la capacidad de gestión y liderazgo que sus respectivos puestos requieren. Hablamos aquí de mucho poder e influencia sobre el manejo de nuestras regiones y ciudades en la gestión del presupuesto público y las dinámicas políticas a nivel nacional. Sin embargo, y a pesar de la importancia que tendrían convocar estas elecciones de representación subnacional, la realidad es que no generan casi ninguna expectativa, mucho menos entusiasmo.

Ya sea porque las elecciones cada vez se perciben más como una costumbre inservible o una obligación de la ley electoral, la verdad es que nos encontramos con la justa antipatía de la gente sobre el efecto que un voto puede tener respecto a las personas que elegimos. Por ejemplo, un informe temático de 2018 realizado por la Procuraduría Pública Especializada en Delitos de Corrupción del Ministerio de Justicia, identificó que, en las autoridades elegidas entre los años 2002 al 2014, hubo 4225 investigaciones y/o procesos contra ex autoridades de los gobiernos subnacionales. Sumado a eso, un estudio del Centro Liber indica que en la actualidad existen un total de 557 investigaciones fiscales (70% sobre delitos de corrupción) que recaen sobre los 25 gobernadores regionales. Y eso que no mencionamos a los 7 gobernadores electos que no ejercen su cargo porque están investigados, detenidos y/o prófugos.

Por supuesto, bajo la sombra de estos hechos, el pesimismo se apoderaría de cualquiera. ¿Creer que las elecciones de octubre cambiarán alguna de estas cifras? Nadie es tan incrédulo. Sabemos, por intuición o conocimiento, que cambiar el sistema que produce estos resultados en detrimento de la cosa pública va más allá de ir al local de votación. Pero no creo que la respuesta razonable ante este problema sea embarcarnos en un pesimismo empedernido. Más bien, considero que un escepticismo radical se amolda más a la situación de estas elecciones. Puesto que somos conscientes de lo difícil que puede ser cambiar las cosas con un voto, no deberíamos siquiera pensar en desperdiciarlo en quien sea que se nos presente primero.

Y para contribuir con la adopción de esa visión es indispensable comprender qué hay detrás del voto y las elecciones.

El primer punto que valdría la pena resaltar es que las elecciones tienen consecuencias. Parece algo obvio y lo es, pero veamos: Trump, el Brexit, la Constituyente chilena, Bolsonaro, López Obrador, y para no irnos más lejos, el referéndum de Vizcarra o la elección de Castillo no sucedieron de la nada, hubo de por medio un voto de la gente que consiguió materializar las preferencias hacia esa opción.

Lo segundo a considerar sería que el sufragio no siempre ha sido accesible para la gran mayoría. Históricamente, el voto era un privilegio de ciertas élites políticas y económicas, diversos grupos fueron excluidos del derecho a votar o ser elegidos, ya sea por razones de creencia, raza, sexo, posición económica o social. En Perú, las mujeres votan recién desde 1955, y fuimos el último país en Latinoamérica en extender el derecho al voto universal luego de la Constitución del 79, cuando se incluyó a los analfabetos. Cosa que cambió mucho el cómo se ganaban las elecciones a partir de aquel momento.

Lo último que habría que señalar es el porqué de la existencia de las elecciones. En las monarquías absolutistas el poder del rey se heredaba y provenía del derecho divino que Dios le otorgaba. Esta divinidad era lo que legitimaba el dominio incontestable y arbitrario que el monarca ejercía sobre sus súbditos. Con el advenimiento del Nuevo Régimen cambiaron ciertas nociones que se tenían sobre el poder político. En el nuevo sistema político que proponía el Estado liberal no existirían divisiones estamentales, sino que predominaría el ciudadano como concepto de individuo libre e igual en sociedad.

La legitimidad del jefe de Estado, así como los representantes del parlamento, derivarían del poder del pueblo, y serían elegidos a través de elecciones.

Así el sufragio se convierte en el principal mecanismo de participación popular y en el motor que sostiene y revitaliza el sistema democrático periódicamente. Por supuesto que, como cualquier sistema, la democracia tiene sus limitaciones (y bien que conocemos de estas en el Perú). Pero como indica el politólogo Adam Przeworski: “la democracia es la única forma en que podemos creer que nos gobernamos a nosotros mismos”.

Todos queremos creer que lo que dijo Przeworski es verdad. De ahí la importancia en indicar que el voto: tiene un impacto inmediato en el camino que las naciones recorren y sería un error subestimarlo; es un derecho político que ha costado conquistar y demoró mucho en calar uniformemente en las sociedades actuales; se originó con el ideal de manifestar apropiadamente el poder que reside en el pueblo. El voto es relevante porque representa el poder de las esperanzas en un futuro mejor para nosotros y los demás.

Considerando todo esto, espero que su percepción sobre las elecciones haya cambiado en algo y, pese al feo menú electoral del que disponemos, podamos ir con el merecido orgullo y responsabilidad a cumplir con nuestro indeseable deber de elegir.

Fotografías de un título UNESCO para Arequipa
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