La caja de los recuerdos o el otoño de la vida
Con retazos de lúgubres recuerdos, remiendo mi cansino ser… hay un ansia desesperada a veces y sosegada rara vez, que nos impulsa a asirnos al pasado.
Por: Héctor Gamero Torres
Hace algunos días, tratando de darle cierta validez al tiempo libre de las vacaciones, saqué una caja de la cochera. Yacía ahí algunos años, no muchos, como para haber olvidado por completo su contenido, pero si los suficientes como para que la geométrica caja se haya deformado por completo. Creo que el valor del tiempo reside en el sentido. Recuerdo que días previos a la muerte de mi madre, como presintiendo el fin, cogí desesperadamente muchos papeles, revistas y periódicos amarillentos; los llevé raudamente a mi casa como buscando adherirme instintivamente a lo que en esencia somos: Los recuerdos. Los recortes de periódico prolijamente doblados, evidenciaban la intervención y presencia de mi padre, él cuidada sus herramientas y todo material impreso. Creo que él diluía su vida en el trabajo y que todo escrito, toda expresión, toda palabra que se desprendían de él, estaban impregnadas de su ser. De momento estos dos rasgos recuerdo de él. Sí, claro que sí, la palabra estaba adherida a su vida, o viceversa. Ninguna forma de expresión humana le era ajena a su sensibilidad e inquietud intelectual… Así era mi padre.
En gran parte el contenido de la caja era: material impreso de periódicos, manuscritos y algunas tarjetas de las cuales algunas todavía conservaban melodías navideñas. Me llevó dos días hacer la polvorienta revisión. Los años se han encargado de acumular paulatinamente un finísimo polvo en la superficie de la vetusta caja. Mientras reviso me siento totalmente abstraído en un microcosmos donde la caja representa el pasado y yo el presente. Todo momento actual entraña retazos de pasado. En estas circunstancias, recuerdo la magistral frase de Juan Ramón Jiménez cuando expresa: “la polvorienta tristeza” en su inmortal Platero. Empiezo a hurgar la caja y un sentimiento de soledad invade mi ser, mi ropa y mi mirada… ¿Qué es la vida?
Han pasado varias semanas desde que inicié este apunte movido por un sentimiento de soledad, de fría orfandad y no puedo terminarlo, un sentimiento extraño inevitablemente me lleva a regocijarme en el dolor o quizás una irremediable y agradable actitud narcisista me lleva a escribir… Definitivamente escribir un texto de esta naturaleza exigía hacerlo en el preciso momento en que hurgaba en la polvorienta, caja triste y deformada. Los recuerdos, tarjetas, fotos de familiares y desconocidos constituyen un mundo gris para sumergirme… Cada manuscrito que leo va dibujando diferentes escenarios, frente a los cuales trato de imaginar los sentimientos y emociones que acompañaban a mi padre y hermanos… En la actualidad no puedo cifrar mis sentimientos con mucha profundidad, ni expresarlos en mi particular manera de comunícame y esto me aísla… Creo que escribir es un acto solitario y propio de la incapacidad para la relación social.
Busco la complicidad silenciosa y gris de la noche para arrancar algunas palabras de mi ser, finalmente quizás este texto que pugno por terminar y difundir tal vez no me pertenezca plenamente, y la autoría la esté compartiendo con el espacio vacío, con el silencio oscuro y con la soledad rotunda. Si, en el momento que surgen las emociones no se escribe, muy difícilmente se puede plasmar el ser y no ser en un papel, muy difícilmente… Esta afirmación es una fatal certeza.
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