Columna

Un año después

20 de marzo de 2021
Foto: Caravaggio por Milo Manara.

Por: Adrián Manrique Rojas

La tarde del 15 de marzo del 2020, entre cervezas y una conversación de corazón a corazón, José y yo nos enteramos del inicio de una cuarentena para mitigar la propagación del coronavirus en el país.

La mañana del 16, nuestra vida cambió.

————————————-

Es difícil de creer, pero cuando la cuarentena inició, tenía la esperanza de que no en quince días, pero sí en un mes podríamos retomar nuestras vidas como antes de la pandemia. Hice planes, agendé citas, programé encuentros y tomé ese tiempo como el perfecto lapso para leer un par de libros que aguardaban por mí hace tiempo, nunca fui consciente de que el monstruo estaba gestando sus primeros pasos cargados de muerte y desolación para la indefensa y sorprendida población.

El primer mes se trasformó en tres, y poco a poco el rastro de una vida pre pandémica se fue desvaneciendo. Algunas relaciones se cortaron por la misma inconstancia del tiempo y la creciente sensación de inseguridad que ponderaba entre nosotros. De lado quedaron las tardes de interminables carreras de autos, las noches de viernes viendo el tren de media noche mientras compartíamos unos tragos a la luz de la luna cómplice de nuestras vivencias, los sábados de resaca, los domingos familiares, y las entresemanas de citas. Todo absolutamente todo se nos fue arrebatado.

El confinamiento se siguió extendiendo, la muerte llamó a la puerta de muchos, y las lágrimas inundaron las vacías calles de nuestra fantasmagórica ciudad. Las herramientas digitales ayudaron a procurar mantener cierta sociabilidad, pero jamás pudieron -ni podrán- reemplazar el calor de la presenciabilidad, perdido tan intempestivamente.

Algunas noches con mi madre subíamos a la azotea, y maravillados contemplábamos la grandeza del Universo en el “renacido” despejado cielo arequipeño; a la par nos preguntábamos cosas sin respuesta, contábamos historias y fortalecíamos nuestra unión, extrañando a nuestros amigos y seres queridos.

Las tardes tomaron un matiz diferente, y mientras el Sol se alejaba del día, imaginaba lo diferente que sería nuestra vida si no se hubiera desatado esta pandemia, sabiendo que mañana la historia se volvería a repetir como una cinta estropeada, evidenciando los sombríos tiempos de monotonía que este virus nos impuso.

Pero no todo fue “tan” malo, pues al estar todo el día metido en casa redescubrí quehaceres que había dejado de lado al convertirme en parte de la masa trabajadora que “mueve” la economía de este país. Me volví como muchos otros más hogareño, y valoré el tiempo indeterminado de estancia entres mis cuatro paredes leyendo lo que no había imaginado poder leer. He podido compartir con ustedes a través de esta columna mis observaciones de este nuevo mundo, hice lo que no hubiera imaginado hacer, y acepté lo que para otros pudo haber sido inaceptable: el recluirme a voluntad propia por el bienestar de mi madre.

Podría decirse que durante todo el año pasado incurrí en el ostracismo, pero honestamente me ha dejado grandes enseñanzas como –sospecho- también a ustedes. He valorado más a los míos, y he dejado de lado a aquellos que no sumaban a mi vida, he extrañado a mis amigos y las aventuras que vivíamos, he intentado limar en soledad asperezas que podrían hacerme un ser desagradable para muchos, he procurado aprender más y de todo, e incluso he logrado domar conductas que me hacían avergonzar antes, en pocas palabras, si debería ponerme un título creo que sería “El Renacido”.

La pandemia continúa, el virus sigue entre nuestra gente, pero la esperanza es lo último que debemos perder. Las experiencias adquiridas este año serán las bases de nuestra nueva vida en un futuro –esperemos- no muy lejano.

Un año después, todo es diferente, extraño y sospechosamente distópico, pero ¡estamos vivos! Yo escribiendo estas letras, tú leyendo las reflexiones de este nostálgico de mierda, pero ¿qué importa? La vida continúa y continuará contigo o sin mí, así que es momento de vivir.

Un año después he vuelto a ver a José, pero esta vez en lugar de compartir esas cervezas, compartimos un helado, y de corazón a corazón aceptamos que los tiempos son difíciles, que no somos los mismos, que volveremos a estar juntos pronto, solo que esta vez dejaremos de momento contarnos nuestras vidas amorosas y hablaremos de nuestras vidas pandémicas, como un recuerdo del peor tiempo de nuestra existencia.

Un año después, escribo esto escuchando Live forever de Oasis, un año más tarde quisiera poder escribir del “regreso” a nuestra antigua vida.

Un año después es solo eso, un año… el peor de todos los años después.

Reflexiones pluviales
Compartir


Noticias Relacionadas

Leer comentarios