Columna

Sobre la corrupción en el Perú

29 de enero de 2021

Por: Manuel A. Paz y Miño, Lic. en Filosofía (UNMSM) y Mag. en Ética Aplicada (Universidad de Linköping, Suecia).

La corrupción es, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, “en las organizaciones, especialmente en las públicas, una práctica consistente en la utilización de las funciones y medios de aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores”.

Entre las causas de la corrupción en el Perú podríamos enumerar las más conocidas: una tradición de robo y explotación de los recursos naturales y humanos que empezó con la invasión de los colonizadores españoles; una educación moral deficiente en la infancia y adolescencia de los futuros ciudadanos, y entre ellos, de los que serán servidores públicos; una falta de valores patrios y autodominio moral de los burócratas que caen en la tentación del dinero fácil; la violación impune de las leyes; penas leves para los sentenciados por corrupción;  un Estado que se supone democrático pero que en realidad favorece legal y políticamente a los que tienen mayor poder económico y, por eso, pueden comprar favores y privilegios; etc.

Como nos cuenta la historia de nuestro país –llamado antes, por los incas, Tawantinsuyu, con tierras que abarcaban también parte de los actuales Ecuador, Colombia, Bolivia, Chile y Argentina–, con la llegada de los conquistadores y los sacerdotes ibéricos se dio inicio a la corrupción organizada, ya que además de que cada quien tomó su parte de tierra y de un número de habitantes originarios (a quienes llamaron indios y que los hicieron sus esclavos), las diversas autoridades coloniales se apoderaron incluso de parte de los tributos que debían llegar al rey hispano, todo esto en los trescientos años que duró el Virreinato del Perú. Con la independencia y la fundación de la República del Perú, se venció y expulsó a los realistas peninsulares y los nuevos corruptos fueron entonces los miembros de los nuevos gobiernos criollos aliados y protectores de las castas dominantes a la vez opresores de las grandes mayorías postergadas.

Al volverse una tradición e institucionalizarse la corrupción republicana pasó a ser parte de los modos de ser y comportarse de los gobernantes y los gobernados (“todos roban”, “roba pero hace obra”). Incluso también se estructuró el racismo contra los pobladores andinos y amazónicos, compatriotas con sus propias lenguas y cultura, para justificar el maltrato y la marginación contra ellos.

Se han dado casos de corrupción a todo nivel del sistema estatal: presidencia, ministerios, municipalidades, gobernaciones,  juzgados, congreso, hospitales, centros de salud, colegios, universidades, fuerzas policiales y militares, etc. Las mafias formadas y enquistadas en las instituciones del Estado han mantenido y sostenido la corrupción para favorecer intereses minoritarios domésticos y foráneos.

La corrupción puede ser simple y barata como la de invitar una bebida o galletas para que se nos atienda más rápido la solicitud de un servicio; o muy compleja y cara como cuando se compra el resultado favorable de un concurso de licitación de un megaproyecto para favorecer a determinada empresa nacional o trasnacional, o la sentencia de un caso judicial sobre una propiedad que cuesta millones.

La hay para favorecer con un puesto en una universidad o una escuela de oficiales o en un trabajo, para evitar una multa de tránsito, la autopsia de ley o el inicio de un proceso judicial.

Ha habido casos de corrupción muy repudiables como el de directores de hospitales cobraron dinero para atender más rápido a los enfermos graves, o el de jueces que liberaron a violadores de menores, o el de congresistas que pidieron a sus propios empleados domésticos, que fungían de sus asesores, parte de sus sueldos, o casos más sutiles y disimulados como los docentes que aprueban a alumnos (de primaria, secundaria o universidad), que no lo merecen, a cambio de dinero, regalos u otra clase de favores.

La corrupción favorece la formación de organizaciones criminales que se enriquecen impunemente con sus actividades ilícitas: narcotráfico, lavado de dinero, trata de blancas y proxenetismo, falsificación de documentos y dinero, piratería de ropa, medicamentos, libros, CDs musicales y de cine, etc.

Ciertamente no es difícil escribir contra la corrupción en los medios de comunicación y las redes sociales. Sin embargo, quejarse o insultar en el mundo digital no cambia las cosas. No hay que seguir esperando a ningún mesías o salvador para que nos siga engañando con sus falsas promesas una vez más. Solo con la organización de la sociedad, a través de los reclamos del cumplimiento de la Ley y su mejora, en la búsqueda de una equidad y una democracia plenas, por parte de los gremios de trabajadores, profesionales y estudiantes, padres de familia y ciudadanos que aman a su patria, se podrá cambiar y salvar al Perú de un futuro cada vez más incierto.

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