Columna

Sobre la Eutanasia

7 de enero de 2021

Por: Manuel Paz y Miño, Lic. en Filosofía (UNMSM) y M.A. en Ética Aplicada (Universidad de Linköping, Suecia).

Con cada nuevo gran descubrimiento o avance cognoscitivo la ciencia nos da nuevas definiciones de lo que es la realidad, la naturaleza y el ser humano y, por ende, el bien y el mal. Atrás van quedando las nociones antiguas que privilegiaban la tierra y la humanidad por sobre otros astros y seres vivientes respectivamente (1).

Además, al mejorar las condiciones materiales, la salud misma de los hombres, mujeres y niños llegó a obtener un nivel más óptimo (2). Así muchos llegaron –y otros más llegarán– a tener una vejez prolongada, aunque no siempre lúcida (duración contra calidad de vida) (3), de ahí el planteamiento de la posibilidad de tener una muerte digna, voluntaria y autónoma (suicidio racional) o médicamente piadosa (eutanasia, en griego “muerte buena”) que evite innecesario y prolongado sufrimiento. Lo mismo se llegó a aducir con respecto a aquellos incapacitados a tener una vida consciente –por muerte cerebral– y a la vez condenados a tener una vida artificialmente vegetativa.

Sin embargo, nuevas fronteras se están abriendo y traspasando. Lo que hasta no hace mucho era parte de la ciencia-ficción, ya es una realidad: hay máquinas de la muerte (4), incluso manejadas por computadora (5) para que el mismo paciente que haya decidido dejar este mundo se auto-elimine. En este caso se hablaría de eutanasia activa pues el próximo a morir participa dinámicamente en su inminente muerte (también podría hacerlo dejando un testamento en vida donde especifique su deseo). En cambio, en la eutanasia pasiva el paciente no tiene conciencia de nada por eso no tiene decisión propia, ésta recae en sus familiares o en aquellos que lo cuidan. En ambas clases de eutanasia, la colaboración de los médicos, los consejeros éticos o religiosos y los abogados es necesaria en donde está práctica está legalizada, esto es, en ciertos países desarrollados (6).

En la eutanasia se deja de un lado la norma de evitar la muerte a toda costa, más bien lo que prima es evitar el dolor y el sufrimiento específicamente en las enfermedades prolongadas e incurables –como la polimiositis que padece nuestra compatriota, la psicóloga Ana Estrada, cuyos músculos voluntarios están inflamados y debilitados–. En estas circunstancias la muerte se presenta como la mejor alternativa ante un sufrimiento prolongado e innecesario.

Como muchas otras actividades y prácticas –como el aborto, el matrimonio homosexual, la prostitución, el uso de drogas recreativas, etc.– la eutanasia involucra juicios morales y legales ambivalentes o duales. ¿Qué queremos decir con esto? Simplemente que hay dos extremos en su apreciación: una de aceptación y respeto, y otro de rechazo y condena. Claro está, en los países industrializados occidentales la apertura es mayor que en los países en vías de desarrollo con una predominante cultura tradicional.

Por un lado, los que están en contra de la eutanasia la llaman asesinato –si un médico o un tercero es quien termina con la vida del paciente al desactivar los mecanismos que harán que su corazón y pulmones sigan funcionando– o la denominan suicidio –si el paciente deja de continuar medicamentándose o si se inyecta o introduce una sustancia letal–. Lo más grave, dicen, es que este concepto y práctica de eutanasia se puede extender para aplicarse a los bebés o niños con deficiencias congénitas –como el conocido Síndrome de Down– o a los ancianos con severas deficiencias mentales o físicas, infanticidio y gerontocidio respectivamente. ¿Quién sabe que luego se pueda extender a los vagos o a los muchachos abandonados y que viven en las calles?

Además, los que tienen una postura religiosa conservadora, valoran de forma negativa la eutanasia pues aducen que como Dios es el autor y creador de la vida y de todo lo existente, por tanto, sólo él tiene el derecho de decidir cuándo terminar con la vida de cualesquiera de sus criaturas.

Por otro lado, los que están a favor de la eutanasia la califican de acto piadoso y humanitario: ¿no es acaso inhumano el sufrimiento prolongado e innecesario? El médico que la aplica, ¿no está evitando que su paciente siga sufriendo? El paciente que la pide, ¿no está haciendo uso de su libertad, un derecho fundamental e inalienable a todo ser humano? Libertad de pensamiento, creencia y acción. ¿No se evita también que los familiares y amigos cercanos sufran también? ¿Dios –de existir– no nos ha dado libre albedrío? Y si hemos optado por dejar de sufrir innecesariamente, ¿por qué no aplicársenos la eutanasia? Ya que, si somos responsables de nuestra vida y actos, ¿por qué no serlo también de nuestra muerte?

Con todo, se hace necesario una adecuada y realista preparación para la muerte. Vivimos diaria y cotidianamente como si ella no existiera, como si no se nos fuera aparecer en cualquier momento, como si fuéramos inmortales, como si todo lo que hacemos fuera imprescindible, trascendente o eterno. Empero la epidemia del covid-19 nos ha hecho ver la cruda realidad.

Vamos camino a la muerte, venimos a este mundo sin nada, y nada nos llevaremos. Todo lo demás es sueño, ilusión. Pero mientras tengamos vida sigamos soñando, total no nos cuesta nada… solamente vivir y todo lo que ello implica, haciendo el bien o el mal en cada momento, en cada instante, haciendo de este mundo un mejor lugar, uno lindo, rico y agradable o uno peor, horrible, miserable y repulsivo con nuestros deseos y acciones, o peor viviendo sin hacer nada por mejorar nuestras vidas y, ni hablar, la de los demás y la de nuestro país.

Notas

(1) Gracias a los aportes de Copérnico y Galileo en astronomía y a los de Darwin y Freud en biología y psicología. Es la dinámica social la que empuja hacia nuevos patrones morales y legales a pesar de la fuerza de la tradición y la religión.

(2) Por cierto sobre todo en los países adelantados económica y tecnológicamente puesto que en los demás –en los llamados subdesarrollados, en vías de desarrollo, neo-coloniales, tercer o cuarto-mundistas, o del Hemisferio Sur– la vida misma corre riesgo de existir: la mortalidad infantil es alta, sea por los bajísimos niveles nutricionales –léase hambre o falta de o mala alimentación–, por ignorancia o pobreza en la lucha contra enfermedades curables; el promedio de vida de los adultos es inferior o se parece al del de otras épocas; las muertes por guerras civiles o de invasión, son muchísimas.

(3) La fuente de la eterna juventud y la victoria sobre la muerte han sido buscadas desde siempre. Ahora hay algunas dietas, sustancias y drogas que son promocionadas como rejuvenecedoras, como la melatonina, la placenta humana, etc., además de la cirugía estética.

(4) El Dr. Jack Kevorkian (1928-2011), el controvertido médico estadounidense denunciado muchas veces por practicar la eutanasia –llamado por eso el Doctor Muerte–, creó una máquina que inyectaba veneno que los mismos pacientes activaban con botones y otra que suministraba monóxido de carbono a través de una máscara. Entre 1990 y 1998, ayudó a morir a unas 130 personas con enfermedades terminales cuando la eutanasia era ilegal en su país. En 1999 se le condenó a una pena de 10 a 25 años de cárcel por homicidio en segundo grado pero se le concedió el indulto por razones de salud y buen comportamiento en 2007.

(5) En Australia ya existía una máquina así desde 1996 cuando una computadora ayudó a inyectar una sustancia letal a Bob Dent, un carpintero retirado de 66 años, quien padecía de cáncer a la próstata.

(6) La eutanasia es actualmente legal en Holanda, Bélgica y Luxemburgo, Canadá, Colombia y Nueva Zelanda, y parcialmente en Australia y los EE. UU.

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