Columna

Todo un palo

21 de enero de 2021
Escena de Arzach. Por Moebius

Por: Adrián Manrique Rojas

Irina a sus treinta y cuatro años, ha pasado por relaciones de todo tipo, cada una de ellas caracterizada por la poca tolerancia e inmadurez de una adolescente de dieciocho. Su poca paciencia, sumada a una antigua relación violenta de cinco años con un hombre bisexual, la han convertido en un ser manipulador, bipolar y desagradable.

Su historia no debería ser realmente muy interesante para los demás, salvo por una poderosa razón: Irina es una de las primeras mujeres acusada por agresión física a un hombre en lo que va del 2021 en nuestra ciudad.

Yo la conocí sin querer mientras buscaba una mujer que fuera viento en mi cien, pero encontré una hermosa Lucifer. Su larga cabellera negra, su sonrisa partida y sus grandes ojos marrones me hipnotizaron, pero –felizmente- después de unas cuantas salidas y luego de algunos–  en realidad muchos- berrinches en un corto tiempo, decidí apartarla de mi vida. Increíblemente algunas semanas más tarde, supe que había regresado con su ex, al que había amenazado con quitarse la vida con tal que este cumpla sus más audaces peticiones, desprovistas de sentido real y cargadas de una manipulación atroz.

Su ex, a quien llamaremos Richard, –como el gato de mi mejor amigo, por la increíble similitud de sus ojos y su asombrosa invencibilidad- había querido terminar con ella en reiteradas ocasiones, pero su carácter pusilánime e idiota no le permitía hacer prevalecer sus decisiones.

Cierta tarde, tiempo después de haber cortado toda comunicación con ella, un misterioso mensaje me solicitaba una conversación “respetuosa” para hacerme algunas preguntas con respecto a mi improductiva relación con Irina. Curioso y ansioso con matar el tiempo en medio de una cuarentena autoimpuesta, decidí aceptar el indiscreto interrogatorio.

Aquella noche, mientras esperaba un nuevo enemigo con el que pudiera sacar parte de la cólera y la angustia producida por meses de confinamiento, terminé encontrando un ser que me generó lástima y empatía por la levedad de su carácter. Descubrí con rabia que Irina se había aprovechado de la paupérrima y casi nula capacidad de hacerse respetar para hacer valer sus ideas. En pocas palabras Richard era una especie de “bobo buena onda”, notablemente abusado por una aprovechadora emocional como Irina.

Nuestra conversación se extendió por casi cuarenta minutos, y congeniamos al punto que él se atrevió a confesarme que estaba harto de los berrinches constantes, de las “nuevas” solicitudes de amistad después de que lo eliminara de sus redes sociales luego de una de las tantas peleas -producidas mayoritariamente por ella-. Cuando le pregunté el ¿por qué? me contactó, sus palabras escarapelaron mis piernas.

—Porque quiero que me ayudes a deshacerme de una buena vez de ella. Respondió con una firmeza insospechada en él hasta entonces.

Su honestidad me conmovió, y amparado en algunos ardides acumulados en veintisiete años de existencia, me atreví a darle algunos consejos que supuse caerían en saco roto, hasta que cuatro meses después penosamente me enteré que no había sido así.

Lunes 28 de diciembre de 2020

Los preparativos para festejar el año nuevo en casa de sus padres tenían las neuronas de Irina revueltas. Insistentemente le había pedido a Richard que viajen como el año pasado para celebrar esta fecha tan importante, pero él se había negado rotundamente, pues por pedido expreso de su padre había decidido pasarlo con su familia. Irina, desaforada y fuera de sí, lo había amenazado con cortar la relación, a lo que él gustosamente había accedido sin oponer demasiada resistencia. Esta actitud desquició a Irina, que rompió los pocos elementos de trabajo de la pequeña oficina de paseador de mascotas que él había montado en su hogar. Seguidamente le arrancó puñados de cabellos de su cabeza, para luego propinar una seguidilla de golpes en el ojo derecho de un inmóvil y asustadizo Richard, para finalmente de un portazo destruir los vidrios de la ventana. Aquella misma noche, y por veinteava vez, lo eliminó de todas sus redes sociales.

La mañana del 05 de enero, Richard, aún con el ojo moreteado, puso una denuncia por violencia física y agresión en una concurrida comisaría de la ciudad, ante la juiciosa y burlesca mirada de los efectivos policiales.

Paradójicamente aquella misma mañana, Irina me mensajeó para desearme un feliz año. Nunca contesté. Sospecho que intentaba aprovecharse de la situación.

Días más tarde, me enteré que, a pesar de la denuncia, por veinteava vez habían vuelto.

A veces el amor se mimetiza en la falsa idea de la tolerancia, y como dijo Milan Kundera “La felicidad es el anhelo de la repetición”. No podemos determinar si Irina es feliz eliminando de sus redes sociales todo el tiempo a Richard, ni que él sea feliz aceptando la desfachatez de Irina cuando se le pega en gana. Lo cierto es que este tipo de relación tóxica no está destinada a buen puerto, por el contrario, está condenada a errar por el mar de la inconstancia y la necedad de dos seres que se niegan a aceptar una incompatibilidad encubierta de amor.

Y sí, la violencia de género no solo es en contra de las mujeres. Anótenlo.

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