Columna

El ocaso sin fin

11 de junio de 2021

Por: Gabriel Herencia

No pedí que me traigan a este mundo, mucho menos a este lugar.

No sé muy bien, pero estoy seguro de haber pasado por distintas manos divinas antes de llegar aquí y convivir con estos dioses.

Los pocos rastros de memoria que tengo, me dicen que todo empieza con una luz que me dio la bienvenida a este nuevo mundo.

Desde entonces, he empezado a crecer, a desarrollarme en este nuevo espacio.

Durante el inicio, como todo ser viviente que empieza una nueva vida, no era consciente de los límites de toda esta extensión, para mi eran vastos, inconmensurables, inclusive tenía miedo de llegar a los confines y poder asomarme a los abismos, solía treparme a las partes según yo más altas y mirar todo desde ahí.

No he de negar que siempre miraba al cielo o a dónde creía yo, estaban esos dioses, para sentirme seguro o al menos, con algo de atención.

Corrí por pasillos de pisos rojos y paredes blancas, por las mañanas tomaba el sol, me recostaba, achinaba mis ojos y con la mirada perdida en mis abstracciones, escuchaba las melodías divinas que cantaban esos seres del mito.

A veces jugaba conmigo mismo y me hacía daño al propósito, para después mirarme al espejo y engañarme contándome epopeyas falsas para justificar las cicatrices a mano propia.

Pero uno no siempre es igual, el paso del tiempo es imparable y tuve que hacerme valiente y salir de aquellos aposentos y atreverme a ver el mundo.

Conocí entonces abismos más profundos, riscos más altos y allá, dónde hace mucho frío, conocí los cielos pegados del suelo.

Aún me acompañan esos dioses, los he visto amarse, cantar y jugar a ser humanos, preparándose las comidas típicas de los mortales.

Mientras tanto, sigo aquí, fiel cronista de estas historias que veo, de los sucesos que caen a la tinta de mi pluma.

Mi nombre es Borges y soy un gato plomo, que tiene los ojos y los labios delineados de color negro.

– Estos parajes son increíbles, lo sé, pero estos dioses que me velan, son unos aburridos…

Dije alguna vez que quise hablar como humano. Por ahora sigo prefiriendo el silencio y el murmullo de mis ronroneos.

Gabriel, no desvaríes

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