Columna

Ministerio de la soledad

23 de marzo de 2021

Por: Gabriela Rodríguez  Rojas

Para Jaime la vida en sí misma significaba un lúgubre cuartel invernal. Una tarde bastante corriente mientras iba y venía por el malecón de una playa gris, en pleno mes de febrero, mes poco común para tomar decisiones radicales, y con ideas mal concebidas sobre lo que felicidad significaba, una percepción desanimada de la realidad hacía que no vea mayor futuro para él que ese día, la añoranza de recordar días pasados hizo que Jaime mirara el vasto mar y pensara en cuantas vidas habían finalizado en esas aguas y se cuestionó si su existencia sería una más en esa inmensa lista, la respuesta inmediata sería un rotundo NO, y es que tanto la vida y la muerte merecían igual medida de valentía.

Hace unas semanas Japón dio inicio a un plan direccionado a tomar medidas en relación a las consecuencias subyacentes de las restricciones sociales dictadas a razón de la pandemia por la COVID-19, misma que ha dañado la salud mental de su población a tal punto de haber incrementado de manera significativa el índice de suicidios en el pasado 2020.

Japón es uno de los países que se suman a aquellas naciones que han tomado medidas para salvaguardar la salud mental de sus conciudadanos, precedido por Reino Unido quien crea en años pasados una cartera exclusivamente dedicada a tratar el tema de la soledad, la misma que ve sus estragos reflejados en la población más longeva de esta isla insular.

Las presentes líneas intentarán rodear desde un punto no profesional, sino perecedero la percepción dada a las consecuencias que el llamado sentimiento de “abandono” consigue arraigar en la población, una situación que a la actualidad golpea fuertemente a nuestra población y que se ve reflejada en edades cortas, clases sociales disímiles y menos pensado aún con consecuencias que nuestro país no a logrado abordar de un modo que pueda tomarse medidas oportunas para apaciguar sus efectos.

Las consecuencias que el confinamiento social a generado (suicidio, depresión, ansiedad, etc.) deben ser vistas como debilidad humana, se cuestiona la columnista ¿?. Ciertamente no es la primera vez que escucho estas vulgaridades, muchas personas como meros observadores sienten esta necesidad aplacante de creer que el hombre que decide deshacerse del peso que para otros significa la vida, no debería ser recordado más que como un cobarde, insensato y poco pensante.

Hablemos del tema con honestidad. La naturaleza del hombre en sí misma es soportar hasta un punto de alegría, pena, dolor, siendo predecible que después de ello sucumbirá; entonces no se trata de debilidad o fortaleza humana, lo que se debería considerar es sino la extensión de la desgracia, ya sea física o moral. El espíritu humano tan frágil, tan fuerte, tan cambiante, tan arrogante, revolucionario, limitado en su extensión, que se impresiona, que se esclaviza a ideas e ideales, a personas, que pierde la pasión, el juicio, la voluntad, que es arrastrado a la perdición y que a la alborada ve llegar una nueva vida llena de promesas dispuestas a cumplirse, cuya voluntad inquebrantable lo hace llegar al cielo de virtudes, es tan capaz de sucumbir ante lo físico y ante lo inmaterial.

Una enfermedad, un padecimiento, una fiebre, que ataca nuestras fuerzas, que merma nuestra salud y nos incapacita, llevando a impedir el desarrollo normal de nuestras vidas, la cual ha devorado nuestra salud y hemos perecido en la batalla, cediendo ante la muerte; pues bien apliquemos esta ecuación al espíritu. La enfermedad al igual que las penas no llegan acaso a un punto en que nuestra propia condición mortal no encuentra un medio para salir de este laberinto de fuerzas encontradas, no siendo que la inteligencia tenga mucho que ver en ello, ni siquiera de la fortaleza humana de la que tanto hablamos.

Loco morir por una fiebre, porque no lucho, si hubiera esperado a recuperar fuerzas, si hubiera dado tiempo a que el medicamento funcione, todo se hubiera mejorado y seguiría vivo, así es como pensamos de quien muere a causa de un pesar que carga en el alma y es que si nos encontramos en el lecho de un moribundo, lo primero que nuestra conciencia crea es este sentimiento de apoyo, de entrega, deseando darle fuerzas para que siga en su lucha; siendo así, porque nuestro espíritu no se entrega a este sentimiento de comprensión cuando escuchamos hablar de un suicida. El resultado inmediato es entonces pensar que ridículo es referirnos como cobarde al suicida, pues tan absurdo sería referirnos también de cobarde al individuo que muere a causa de esta fiebre.

Bajo la realidad que nos envuelve, debería ser considerado un derecho el bienestar mental y nuestro país considerarlo dentro de las políticas de primer orden, pues la persona en conjunto es cuerpo y espíritu, en armonía perfecta. Seguir los pasos de aquellos países que han considerado un tema serio y de inmediato abordaje la salud mental y orientar programas de apoyo emocional, es una más de las tareas que ha creado esta pandemia y que los gobiernos deben tener en agenda.

¿Es más glorioso marcharnos bajo el halo de una enfermedad mortal, que el no haber soportado sin descanso una vida de amargura?


Gabriela J. Bertha Rojas, es una abogada arequipeña, especialista en Derecho Administrativo y Procesal Constitucional, por la Universidad Católica de Santa María.


Enfermar y morir de COVID-19
Compartir


Noticias Relacionadas

Leer comentarios