Columna

Poemas

20 de febrero de 2021
Foto: Emily Meza

Por: Emily Meza

Soy Ingeniera Industrial, tengo 27 años y una vida para nada extraordinaria pero muy distinta y poco usual al que la de muchas chicas de mi edad, he sido mil cosas diferentes para de una u otra manera llegar a ser quien soy hoy y para llegar a hacer lo que hago hoy, que de hecho me gusta mucho.

Me fascinan los gatos, sin embargo, Maximiliano, un pequeño schnauzer plata me adoptó hace tres años y desde entonces somos inseparables.

Entre mis pasatiempos se encuentran armar rompecabezas, leer, estudiar, escuchar música y sobre todo la poesía, los recitales son mis favoritos, aunque debo admitir que las exposiciones de fotografía de la antigua normalidad me llamaban muchísimo la atención.

Descubrí que me gustaba escribir hace poco mas de un año, precisamente gracias a las restricciones sanitarias dictaminadas por el gobierno de aquel entonces, eso y que prácticamente me quedé rodeada de 31 hombrecitos con los que aprendí a convivir siendo la única chica entre ellos. Fue realmente incómodo al principio, pero algunos de ellos como el Sr. J me ayudaron a hacer de esos 7 meses una experiencia enriquecedora. No tengo una biografía literaria después de todo, pero aun así sueño con ver algunos de mis textos escondidos en algún estante, libro o revista al lado de buena compañía y simplemente, sonrío.

Mamá,

son las 23:57 de un lunes rutinario, ya sabes, el típico desorden en mi cuarto, una vela encendida y yo, sentada frente a la pantalla que ilumina mi rostro cada día, he decidido por fin atreverme a escribir deseando que por primera vez me puedas leer.

Pero que tonto de mi parte, cinco meses después,

justo hoy, en febrero, que ya no te puedo ver,

lo siento tanto mamá, juro que quise, por lo menos un día a tu lado volver.

Mamá,

he tardado mucho y hoy por fin lo he logrado comprender,

aquel reloj en mi muñeca pasó la factura, para ser sincera nunca me ha perdonado una!

¡El precio es tan alto, tan caro! Junté ahorros, hipotecas, vendí el auto y no lo pude pagar,

lágrimas baratas caían y consuelo gratuito no logré encontrar en cualquier lugar.

Mamá,

no entendí el valor del tiempo, tiempo que tantas veces postergué,

ni postales, ni llamadas; fueron muchos los días que desperdicié,

y ni que decir de las vagas excusas que inventé, pues, parciales y finales quizá, dos o tres,

al final, de tu lado sola me alejé.

Mamá,

me duele tanto y el hipocampo no me deja dormir!

Día y noche, recuerdos episódicos llegan a mí,

llenan mi rostro de nostalgia, nostalgia colmada de rabia, tristeza y enojo,

te recuerdo cada día, mamá, con los ojos llorosos.

Daría lo que fuera por tu compañía tener.

He cambiado. Lo prometo, no soy la misma de ayer,

Y sé que suena tonto, pero sueño con algún día el tiempo retroceder,

si tuviera la oportunidad, esta vez lo haría bien,

me sentaría junto a ti para admirar las estrellas como cuando niña en el jardín,

te escucharía hablar de abejas, de bonsáis y no me importaría terminar atrapada entre las garras de tu tan querida gata siamés,

habría más cariño, más abrazos, más “te quiero” y más atención por tu juego de té,

llenaría la casa con orquídeas y, tu melodía favorita en el piano jamás terminaría,

si tuviera otra oportunidad, dejaría de escribir cartas sin destinatario y poemas que jamás leerás.

Lo siento, no lo supe aprovechar, no valoré el apreciado obsequio, ese tiempo que no volverá. Perdóname, mamá, porque aquel setiembre no pude comprender que a mi lado no te tendré nunca más.

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