Columna

Tribulaciones nocturnas: Crónica de una noche cualquiera

5 de julio de 2021
Chessmen of Mars - Gino d’Achille

Por: Adrián Manrique Rojas

Han sido semanas de cambios inesperados, estoy de vuelta al ruedo.

Ensayo en mi mente una manera de disculparme con mis lectores, pero es en vano, no encuentro palabras para excusarme por mi repentina desaparición.

Cuando le expresé a mi editor, después de la entrevista que muy cordialmente me realizó, la necesidad de tomarme unas semanas de descanso, recibí una más que gratificante comprensión. La para no se debía a inconvenientes, simplemente respondía a la necesidad de poder reorganizar mis tiempos, y empaparme del sentimiento que la calle siempre benevolente otorga.

En este tiempo, he divagado por sendas noches pandémicas por nuestra ciudad, y durante casi dos semanas me he topado con una ruleta rusa de emociones perpetradas en la cruel situación en la que nos encontramos; ambulancias embaladas por las oscuras avenidas, taxis con balones de oxígeno saliendo por la ventana, y enfermos desfalleciendo en algunos vehículos han sido el patrón constante de esta época nefasta y cansina.

Quiero situarme en una noche anónima y cualquiera para contarles mi experiencia.

Me he envuelto con la soledad de esta sombra en ensayos inconscientes sobre nuestra realidad, mientras escucho algunas de las líricas más penumbrosas de Nick Cave & The Bad Seeds volviendo a casa, y después de mucho tiempo, siento un estupor generalizado en el cuerpo que me impide seguir dilucidando mis ideas entre la oscuridad que las tinieblas de la calle me proponen.

Canciones como “The mercy seat” o “Red right hand” son el soundtrack de este viaje mientras cruzo la ciudad, que cansada y devastada se resiste a caer en el toque de queda. Algunas nubes rebeldes se niegan a abandonar el cielo eclipsado por la Luna, y oponen su mayor resistencia para no poder permitir visualizar las escasas estrellas que brillan ajenas al dolor que pondera en Arequipa.

Pareciera que el corredor de la muerte se presenta en espera de inocentes que tienen miedo a morir, mientras una sensación de calor y frío ambigua arremete contra mí al atravesar una solitaria y siniestra calle detrás del cementerio de Cayma. Las ruedas del auto chirrían al ver pasar una nueva ambulancia, que con su sirena rompe el silencio de la nada, y dispara mis nervios al pensar que alguien allí adentro está luchando por su vida.

Algunas luces amarillas conducen a una vía empedrada que me pide a gritos que la atraviese para huir de mis temores, pero cobardemente rehúso a su llamado. A la par, enciendo la calefacción del auto para no tiritar por el frío que se ensaña contra mis huesos y que percibo, pero que me niego a aceptar.

Dos serenos comparten un cigarrillo en la esquina del parque y me miran con pesadez absoluta, mientras esperan que una cuadrilla de personal sanitario salga de una casa, que, con las puertas abiertas, aparenta desangrarse entre el temor y la preocupación de sus habitantes consternados por el miedo.

Voy finalizando mi trayecto, y un semáforo frena en seco mi ímpetu por llegar a casa, permitiéndome ver como un grupo de extranjeros toman unas cervezas en una sanguchería callejera. Los contemplo por algunos segundos, entonces una niña pequeña, casi sin abrigo, me ofrece unas frunas, al explorar rápidamente el entorno, detecto a una joven mujer que debe ser su madre, amamantado a un bebé bajo un árbol. Busco algunas monedas y se las entrego, negándome a recibir la golosina, pero la niña insiste, y con una mirada dulce esboza una sonrisa oculta tras una sucia mascarilla para agradecerme por la colaboración. El semáforo cambia a verde y enrumbo nuevamente hacia mi destino.

Ya en mi casa, subo a mi techo, imaginando los contrastes que la vida propone a los ojos de este humilde servidor, y de cierto modo, anhelo que se acabe de una vez esta sucesión de medición de pruebas que parece desquitarse ojo por ojo y diente por diente. Intento interpretar esta secuencia de signos, símbolos y enumeraciones entre la niebla rojiza producida por la sangre de los caídos, sintiendo el hedor de un aliento enfermizo que se congrega tras nosotros.
La noche podrá terminar, pero las historias que acontecieron en ella, simplemente no se podrán borrar.

Cuando era joven e inmortal
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