Columna

Ayer por mí, hoy por ella (II)

9 de junio de 2021
Vacunación por Milo Manara.

Por: Adrián Manrique Rojas

Siento que el amor debe ser devuelto con amor, y mientras camino apresurado hacia la cola en el centro de vacunación, pienso en lo esperado de esta situación; sin embargo, voy agradecido por tener la oportunidad de participar en un suceso tan trascendental.

Soy el número ochenta y cuatro de una fila que empezó a formarse la noche de ayer. Algo adormecido aún, comienzo a explorar a las personas que la componen. En el aire hay cierta preocupación, pero también esperanza. Algunas mujeres de mediana edad se envuelven entre frazadas y otros hombres escuchan música desde una radio que se resiste al amanecer.

La madrugada pasa relativamente rápido, y -manteniendo la distancia- muchos empiezan a conversar entre sí. Un asustadizo y desconcertante hombre me hace conversación, esta se extiende por algunos minutos de manera discontinua. Al primer rayo de luz del sol, dejo al cuidado de mis improvisados vecinos mi lugar para poder observar cuanta gente forma la “cola de la salvación”, y sorprendido, descubro que son cientos aquellos que vienen tras de mí. Siento una ligera satisfacción seguro de lograr vacunar a mi abuela, y regreso a ocupar mi sitio.

La gran mayoría de personas son de una edad media; no obstante, me extraña y a la vez me llena de admiración ver personas de la tercera edad haciendo su cola.

Cuando el reloj marca las siete de la mañana, se percibe el estupor generalizado por el inicio de la vacunación. Minutos después, mi abuela llega en compañía de mi madre, y con una mirada vivaz me hace saber que el pequeño sacrificio valdrá la pena. Las dejo en el lugar que separé y me alejo de la fila. Veo la emoción en muchos ojos, no solo de los adultos mayores, sino de los familiares -que intuyo-, se sienten algo más tranquilos al estar a puertas de este ansiado momento.

Pero mientras algunos esperan con paciencia el anhelado pinchazo, hay muchos otros que comienzan a caer presas de la desesperación por diversos motivos, son casos aislados, pero son perfectamente visibles. Algunos gritos y retadas, matizan lo emotivo de este proceso de vacunación.

Unos minutos después veo por fin a mi abuela entrar al centro de vacunación luego de firmar su consentimiento, y siento una profunda tranquilidad que me lleva a apoyarme a las rejas del parque, recordando los nefastos días cuando el viento, el polvo y el temor se apoderaron de estas calles que hoy lucen rebosantes de ilusión.

Treinta minutos más tarde, la vieja sale del brazo de mi madre y me hace un gesto positivo con el dedo. La noto un poco descompuesta y presto atención a sus movimientos. Ni bien entramos a la casa, mi abuela corre al baño, vomita, y se queja de un agudo dolor de cabeza. Los efectos secundarios no se han hecho esperar.

Felizmente, estos solo duran un par de horas. Ya a medio día mi abuela está como nueva y nos sellamos en un fuerte abrazo, agradeciendo al Sumo Creador la oportunidad de seguir viviendo, de estar juntos.

Tres semanas y media después, ya sin muchos sobresaltos, en el mismo local de votación y con su DNI y carnet de vacunación, mi abuela recibió su segunda dosis. Una inyección que paradójicamente inyectó entre los míos esa porción de esperanza que nos fue esquiva por tantos meses.

Estos tiempos tan convulsionados y desastrosos que por azar o merecimiento nos han tocado vivir, nos brindan la oportunidad de retribuir el amor para con nuestros mayores. Han sido meses difíciles y frustrantes, una pesadilla incesante, un miedo que nos atenaza, y a pesar de que aún falta para que pase, ¡cada día falta menos!

Hay que hacer vacunar y vacunarse. Parece difícil de creer que en pleno siglo XXI, y después de todos los avances que la ciencia ha logrado -además de la cuantiosa evidencia histórica- haya algunos que se nieguen a aceptar esta nueva victoria científica.

Se tiene y debe decir: la única manera de salir de esta horrible desolación a corto plazo, es utilizando el invento más maravilloso que la ciencia ha regalado a nuestra especie vulnerable de por sí… Las vacunas.

Espero que todos las tengamos pronto, aquí y en el rincón más alejado del planeta, pues el acceso a este privilegio -que más que privilegio es un derecho- nos tiene lastimosamente entre la delgada línea de la vida y la muerte.

Vacunémonos, hagámoslo por todos.

El último viernes antes de mí
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