Columna

Influencia de la religión en la política

21 de marzo de 2021

Por: Manuel Paz y Miño, filosofía y eticista

¿Qué son y para qué sirven la religiones?

Las religiones, entendidas éstas como conjuntos de creencias en lo sobrenatural, lo divino y algún tipo de conciencia después de la muerte, tienen sin duda diversas funciones: ontológica y antropológica: nos dan una visión de la realidad, la naturaleza y nosotros mismos; axiológica y ética: nos proporcionan determinados valores y cierta moral para comportarnos en este mundo (y así ganar y no perder el otro); psicológica: nos otorgan consuelo, resignación y fortaleza ante los avatares de la vida, el dolor, la injusticia y la muerte; social y económica: nos permiten tener lazos fraternos y de cooperación mutua con los que comparten nuestra fe; y claro está, histórica y política: tienen ciertas maneras de interpretar los sucesos del pasado, y de justificar las relaciones de poder de las sociedades que las cobijan.

Como consecuencia, dicho en términos de los creyentes de cualesquier religión: “Las cosas suceden así por voluntad de Dios (o los dioses)” o “Dios sabe lo que hace”. Y, por lo tanto, no se pueden cambiar, solo aceptar. De esa manera, por ejemplo, no hay reyes o presidentes sin que la Divinidad lo permita en su inescrutable y misteriosa voluntad.

El poder de la fe

Un místico o líder religioso podría justificar su búsqueda y obtención de poder o dominio político sobre los demás al creerse representante o mediador de Dios y ellos, o en todo caso, presentarse como el escogido, el enviado, el profeta e incluso el hijo de la Divinidad. En épocas pasadas hubo los casos de los faraones egipcios y los incas creídos, por sus súbditos, so pena de muerte, hijos del dios sol Ra o Inti, respectivamente y, así, sus máximos líderes tanto políticos como religiosos, a la vez resultando en regímenes de gobierno teocráticos. Y en el presente están los casos de Ciudad del Vaticano, cuyo Jefe de Estado es al mismo tiempo el Papa, la cabeza suprema de la Iglesia católica, o de Irán, cuyo Jefe Supremo es el Ayatolá o el líder religioso chiita, una facción islámica.

En las monarquías antiguas y modernas la elección y la sucesión del rey era por simple descendencia y consanguinidad, con justificación religiosa (bíblica) de por medio: “Sométase toda persona a las autoridades superiores; porque no hay autoridad sino de parte de Dios, y las que hay, por Dios han sido establecidas. De modo que quien se opone a la autoridad, a lo establecido por Dios resiste; …” (Romanos 13: 1-2). Cosa semejante sucedió con la justificación de la esclavitud: “Esclavos, obedezcan a sus amos terrenales con profundo respeto y temor. Sírvanlos con sinceridad, tal como servirían a Cristo.  Traten de agradarlos todo el tiempo, no solo cuando ellos los observan. Como esclavos de Cristo, hagan la voluntad de Dios con todo el corazón. Trabajen con entusiasmo, como si lo hicieran para el Señor y no para la gente. Recuerden que el Señor recompensará a cada uno de nosotros por el bien que hagamos, seamos esclavos o libres” (Efesios 6:5-8).

No obstante, en las formas democráticas contemporáneas y secularizadas de sucesión y adquisición del poder político, donde muchas veces interviene el poder económico y mediático, aún se apela a la religión cuando: los candidatos a un cargo político o las autoridades ya elegidas buscan captar las simpatías de la población creyente mayoritaria de un país con el fin de obtener sus votos o aprobación ciudadana, respectivamente, dando discursos con argumentos fideístas (por ejemplo, atacando y prometiendo no legalizar la libre práctica del aborto y la eutanasia), participando en servicios religiosos (como misas o procesiones, a pesar de no ser creyentes) o acompañados de miembros del clero (para inaugurar y bendecir un local estatal); las autoridades elegidas en las ánforas o designadas por una superior, prestan juramento al cargo clamando a Dios y poniendo su mano sobre un libro sagrado (como la Biblia); y los gobernantes de jure o de facto piden iluminación o piedad divina en sus discursos para la búsqueda de soluciones a graves crisis nacionales (por ejemplo, una hiperinflación económica, un estado de guerra o de emergencia nacional por la pandemia de la covid-19) o justificando un golpe de Estado (como el reciente de Bolivia contra el presidente Evo Morales).

Separación del poder terrenal y divino

Para evitar justamente la manipulación ciudadana usando la religión aparece la idea de separación de Estado e Iglesia donde se argumenta públicamente en base a una razón secular, mundana, no religiosa, las decisiones y las políticas públicas a tomar con respecto especialmente a la educación y la salud de la población puesto que no todos en la realidad profesan la misma fe (además de católico-romanos, hay evangélicos, creyentes no cristianos, ateos o agnósticos), quedando la creencia religiosa en el ámbito privado, personal y familiar.

Caso contrario, aparecen los abusos del poder con justificación religiosa pretendiendo representar la voluntad divina (como los casos en el pasado y el presente de persecución religiosa contra minorías creyentes y/o no creyentes, las torturas y quemas de herejes por el Tribunal colonial de la Santa Inquisición o las guerras religiosas modernas entre católicos y protestantes, o contemporáneas entre hindúes y musulmanes, etc.) o la promulgación de leyes y normas, en base a dogmas religiosos, que restrinjan la libertad sexual, de pensamiento, expresión, conciencia, creencia, etc. de los ciudadanos.

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